LOS ESCÁNDALOS SEXUALES EN NUESTRA IGLESIA
MOCEOPDe forma periódica nos inundan noticias sobre escándalos de tipo sexual, en los que se encuentran implicados integrantes del clero católico.
Últimamente, han sido las paternidades atribuidas al presidente del Paraguay en su anterior vida como obispo católico; los abusos de tipo sexual del fundador de los Legionarios de Cristo Rey; actos de pederastia cometidos por una parte del clero norteamericano, llevados a los tribunales por algunas de sus víctimas; hace sólo unos días, el P. Alberto de Miami y el cúmulo de denuncias irlandesas...
La Iglesia Católica, tan celosa y minuciosa en este terreno, se tropieza de forma tozuda con una realidad que repetidamente lanza a los cuatro vientos que "no es oro todo lo que reluce".
Estas noticias –como cualquier otra- son tratadas, desde muy diversas perspectivas: se utilizan como arma arrojadiza contra los implicados en ellas; para desautorizar sus opciones políticas o eclesiales; para atizar el anticlericalismo o, incluso, para salvar prescripciones eclesiásticas (el celibato obligatorio, por ejemplo), limitando todo el análisis a defectos o fallos de tipo personal.
Sin embargo, no va nuestro comentario por esos derroteros. Desde nuestra reflexión, nos gustaría insistir en dos aspectos, que en muchas ocasiones –lamentamos- quedan bastante silenciados. El primero tiene que ver con las víctimas de estos atropellos.
Son, con excesiva frecuencia, los grandes ausentes de estas polémicas y debates; los olvidados; mujeres, niños o niñas, que valiéndose de una atmósfera de dominio y manipulación de tintes religiosos son violentados, vejados y marcados síquicamente de forma irreparable; seres humanos que han sufrido o están sufriendo en sus propias carnes abusos de quienes representan oficialmente la bondad y el respeto de Dios...
Para ellos y ellas deben ser las primeras muestras y peticiones de perdón más sinceras; y también las decisiones de justicia y reparación, sin ningún tipo de atenuantes; es más, con los agravantes que puedan ser demostrados...
Pero nos parece claro –y éste es el segundo aspecto- que en esta serie de escándalos se traspasa el límite de las responsabilidades personales y se puede hablar, con fundamento, de un atropello y una complicidad de tipo institucional.
La represión ideológica, la obligación celibataria impuesta, los ambientes oscurantistas tantas veces vividos en casas religiosas de formación, la convicción imperante de que los eclesiásticos están por encima de los fieles en lugar de ser sus servidores desde la igualdad, el sometimiento religioso de los laicos a curas y monjas tantas veces defendido... todo ello se ha convertido con excesiva frecuencia en un condicionante tremendo para las víctimas; y también para los maltratadotes (que, desde esta perspectiva, son también víctimas de una maldad de otro nivel).
Es claro que estas situaciones –con tanta injusticia y tanto dolor por medio- deberían ser más que suficientes para que nuestra iglesia abordara el tema de la sexualidad y la afectividad (celibato, regulación de natalidad, lugar de la mujer en la Iglesia...) desde otros parámetros y con otro espíritu, el de Jesús: la transparencia, la claridad, la sencillez y la misericordia. Nunca desde la ocultación o la táctica de buscar la culpa en otros. De otra forma, nos convertimos todos, de alguna manera, en cómplices.
Desde nuestro movimiento, nos gustaría que quienes tienen responsabilidades en nuestra iglesia, abordaran estos temas desde convicciones profundas de tipo evangélico (bondad de todo lo creado por Dios, libertad de todos los hijos e hijas de Dios para tomar las decisiones que consideren convenientes desde su conciencia, sin imposiciones difíciles de justificar, igualdad fundamental de todos y todas las creyentes, invitación a la búsqueda desde la Buena Noticia del Dios de la Vida...)
Pero cuando todas estas convicciones no parecen ser suficientemente fuertes para provocar un cambio en este campo, que sea al menos el eco del sufrimiento de tantas víctimas lo que les haga reflexionar y adoptar decisiones que puedan acabar con las semillas de tanto dolor y tanta injusticia.
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