LA CASA DE NUESTRO AMIGO
Florentino UlibarriLa casa de nuestro amigo
era una hermosa casa solariega
donde nadie se sentía extraño;
en ella, todos comían y bebían
y disfrutaban de compañía y fiesta.
Su puerta siempre estaba abierta
y podía entrar cualquiera,
fuera cual fuera su origen y creencia.
En casa de nuestro amigo
había diálogos y tertulias,
escucha, silencio y disputas
que nos enriquecían cada día,
porque a todos se respetaba
y las personas eran sagradas.
En ella se compartían libremente
gozos, búsquedas y esperanzas.
Pero en casa de nuestro amigo
entraron leyes, normas y condenas,
privilegios, títulos y prebendas,
como en cualquier palacio de la tierra.
Y se llenó de mandatarios y jefes,
de comediantes torpes y sin gracia,
de negociantes con cartera,
de gente con poca conciencia.
La casa de nuestro amigo
ya no es lugar de encuentro y acogida,
ya no sirve para hacer silencio,
ni para rezar como él lo hizo,
ni para cantar al Dios vivo...
¡Se ha convertido en un erial,
en un mercado sin espíritu,
en una triste oficina de papeleo!
¿Por qué, pues, nos extrañamos
de que nuestro amigo, anonadado,
tan celoso y tan apasionado,
arremeta a latigazos no imaginarios
contra los que comercian por doquier
con lo más sagrado que él ha creado:
las personas, en su espíritu y cuerpo,
que todavía no son templos del Dios vivo?
Florentino Ulibarri