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LA HOSPITALIDAD A PRUEBA

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A finales del siglo VIII antes de Cristo se redacta el llamado Código de la Alianza (Ex.20,22-23,19) donde se incluyen la que podemos llamar la primera ley de inmigración conocida:

"No oprimirás ni vejarás al emigrante porque emigrantes fuisteis vosotros en el país de Egipto" (Ex. 22,20).

El recuerdo de su propio pasado de sufrimiento como emigrantes sirve de justificación a esta norma y otras semejantes que se repiten con frecuencia en el Antiguo Testamento. Mirar hacia atrás y recordar la historia de sus antepasados debe servir a los israelitas para encontrar en su identidad pasada el fundamento para una ética de igualdad, de compasión y de solidaridad.

Esta primera ley conocerá posteriormente sucesivas "reformas" para ampliar cada vez más los derechos de los emigrantes. Por ejemplo, las que están recogidas en el Código Deuteronómico (Dt. capítulos 12 al 26).

· "Celebrarás la fiesta en presencia de Yaveh, tu Dios, con tus hijos e hijas, esclavos y esclavas, con los emigrantes, huérfanos y viudas que haya entre los tuyos". (Dt. 16,11-12).
· "Cuando vendimies tu viña, no rebusques los racimos; déjaselos al emigrante, al huérfano y a la viuda." (Dt. 24,19-22).
· "Cada tres años apartarás el diezmo de la cosecha del año y lo depositarás a las puertas de la ciudad. Así, vendrá el levita, el emigrante, el huérfano y la viuda que viven en tu vecindad, y comerán hasta hartarse" (Dt.14,28-29).

Una tercera "reforma" o ampliación de la ley de inmigración israelita la encontramos en el Código de Santidad (Levítico. 9,33-34; 23-22), con varios artículos nuevos:

· "Cuando un emigrante resida con vosotros en vuestra tierra, no lo maltrataréis; será como uno nacido entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo, porque emigrantes fuisteis vosotros en Egipto" (Lv. 19,33).
· "Aplicaréis la misma sentencia al emigrante y al nativo, porque yo soy Yaveh, vuestro Dios" (Lv. 24,22).

El mismo Abraham dejará a su familia en Mesopotamia para seguir su emigración nómada bajo el impulso de una llamada interior. Desde entonces, ser inmigrante formará parte para siempre de la conciencia de identidad de los israelitas. Hasta tal punto que también se les conocerá con el nombre de "hebreos", cuyo significado etimológico procede de la palabra "habiru": peregrinantes o desplazados.

Su emigración a Egipto terminó en dura esclavitud y su liberación fue emigrar a Canaán, la tierra prometida.

Se trata de dos experiencias que también viven ahora los inmigrantes con nosotros: sentirse liberados o esclavizados. Eso depende de las condiciones de acogida que les proporcione nuestra sociedad. De nosotros depende que vivan una experiencia de esclavitud y de necesidades, o bien que se sientan como en casa, es decir, en su tierra prometida y no en un desierto pedregoso de indiferencia y hostilidad.

Sucede también que cuando disfrutamos de la prosperidad caemos en el olvido de cómo estábamos antes. Muchos españoles ya han olvidado nuestra historia reciente de emigrantes dentro y fuera del país o del continente y ahora no comprenden por qué han de venir aquí trabajadores extranjeros. E incluso hay inmigrantes ya muy integrados aquí que no miran con buenos ojos a otros recién llegados por temor a ser confundidos con éstos, que son más pobres y tienen peor imagen pública.

Abiertos a los demás nos inter-fecundamos mejor, nos hacemos más completos, más integrales (lo contrario a "integristas"), puesto que las identidades no son un bloque cerrado y hecho de una vez para siempre, sino algo en permanente construcción. Una identidad verdadera y madura se hace siempre en la apertura y en la mezcla con otras identidades que merecen también un respeto y una valoración semejante a la propia.

El símbolo-realidad del Dios peregrino también puede servirnos hoy día en nuestra espiritualidad actual. Dios comparte el peregrinar migratorio del pueblo, va a nuestro lado en el camino de la vida, es compañero de viaje; su sombra nos refresca del calor y de la dureza de algunos trayectos; su presencia amigable nos hace más llevadera la soledad de algunos tramos...

Este Dios peregrino nos invita a caminar, a emigrar hacia Él, a subir al monte de su Presencia, a saber mirar hacia un horizonte mayor que el simple polvo de la tierra que pisamos, puesto que no tenemos aquí morada estable y fija.

Caminamos hacia una ciudad futura que es la utopía que desde siempre anhela la Humanidad: una tierra sin males, otro mundo posible y necesario. Así pues, todos vivimos en la "patria de los viajeros", somos ciudadanos de una misma patria, habitamos una mismo mundo pero en calidad de "extranjeros y viajeros en la tierra" (Heb.11,13).

Acoger a los emigrantes con justicia y fraternalmente es acoger a Dios mismo.

 

Esteban Tabares

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Texto resumido del publicado en Noticias Obreras

http://www.redasociativa.org/hoac

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