LLAMADOS A LA VIDA
Sandra Hojman"Dios dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza (...) Y Dios creó el hombre a su imagen, lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. Y los bendijo, diciéndoles: Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra" (Gn 1,26a- 28a)
Y después del diluvio, insiste... "Entonces Dios bendijo a Noé y a sus hijos, diciéndoles: Sean fecundos, multiplíquense y llenen la tierra" (Gn 9,1)
En el mismo momento de la creación, ésta es la tarea que Dios nos confía. Cualquier otra vocación, va a ser segunda, resultado o expresión de ésta, la más genuina: ser fecundos, a imagen de Dios, crear y recrear la vida.
La definición convencional, nos dice que un "ser vivo" es aquello que "nace, crece, se reproduce y muere". Veamos cómo, en tanto humanos, y en tanto "discípulos al servicio de la vida plena", como nos llama el cap. 7 de Aparecida, estamos asociados a este ciclo de lo vital.
La vida nace. No aparece de la nada, no es magia ni resultado de la casualidad. Requiere de antecesores, de padres, incluso en la vida vegetal, o la microcelular, que pongan de sí mismos para que el nuevo organismo o célula surja. Requiere de un largo e intenso proceso de gestación en lo oscuro. Bajo tierra o en el vientre, la vida va lentamente preparándose, por subdivisiones sucesivas, por la ruptura de lo anterior que se abre, se entrega y se une a "lo otro" para que lo nuevo sea.
Aquí podemos reconocer una primera tarea. Provocar la vida. Estar ahí, al lado de los átomos de carbono que se entremezclan confusamente. Aportar nuestro soplo en el momento justo, realizar el mismo acto creador del momento inicial. Dar el envión preciso, para que el proceso se desate, y después la dinámica propia lo sostenga. Poner cada uno su soplo, con todo lo creativo y creador, lo original y potente que es si lo soltamos, si dejamos que su Espíritu lo inflame. La vida, que necesita de nuestro empujón para no demorarse...
La vida nace frágil. No se sostiene sin cuidado. Los brotes tiernos son sensibles a los vientos, a las plagas, a los pisotones; requieren mayor ternura. "Yo estoy haciendo crecer algo nuevo. Ya está germinando, ¿no se dan cuenta?" Es necesaria más sensibilidad contemplativa. Es fácil confundir el primer verdor, no verlo en medio de lo seco. Hace falta observar con mirada de promesa, casi gestar con la mirada el asomo de la vida, que por tan pequeño podría perderse si nadie lo mira y lo protege. Hace falta contemplar la realidad invernal con ojos que convocan a la primavera... Cuánta vida se nos pasa de largo por estar convencidos de que en este mundo podrido, injusto, perdido, no hay salida. Cuántas pequeñas señales de la riqueza, la potencia, "la bondad y nobleza que tiene aún este pueblo", no reconocemos, y entonces las dejamos morir, estériles, las pisamos incluso o las cortamos de raíz, no vaya a ser que sean cizaña... Cuántas veces no somos fieles a lo que crece, lo abandonamos antes de tiempo, o lo apuramos tanto, buscando resultados, que no respetamos sus procesos propios y termina ahogado, exigido, violentado... Cuántas veces queremos que las cosas funcionen a nuestra manera, y entonces no dejamos que la vida se exprese, que lo verdaderamente nuevo surja, porque "las cosas siempre se hicieron así"...
La vida es cambio. Se desarrolla, se desenrolla. Va desplegándose poco a poco, brillando, estirándose, creciendo. Está guardada en lo cotidiano, esperando ser despertada, despabilada... Siempre en movimiento. Aún aquellas etapas más aparentemente quietas, tienen una intensa actividad oculta; la vida late, oscila, abre y cierra aún lo más pequeño, los poros, las válvulas cardíacas, las terminales sensoriales; llena y vacía, entrega y absorbe... Es indispensable cambiar, para seguir creciendo. Lo que permanece siempre igual a sí mismo, ¡está muerto!
La vida se reproduce. Se multiplica. Está llamada a extenderse, a contagiarse, a hacer nacer y crecer a otros. Deja de ser vida, si me la guardo, la escondo. No es vida tampoco, cuando se restringe a algunos, que sí pueden gozarla, a costa de otros que la padecen. La dinámica de la vida la empuja a lo universal, a "siempre más", y para todos.
Sería un reduccionismo muy severo de la inmensa potencia de lo humano, que circunscribiéramos la reproducción de la vida al puro hecho biológico de engendrar. Todos, varones y mujeres, solteros, casados, célibes, jóvenes, niños, adultos y ancianos, estamos llamados a hacer nacer la vida, en sus múltiples formas... A poner lo nuestro, lo más propio, para entregarlo al encuentro con otro, con otros, con lo distinto, para que la vida aparezca.
La vida muere. Cuando algo entregó todo lo que tenía y podía, se desgasta, y debe caer. Para ser fieles al llamado a la vida, debemos ser capaces de abandonar lo que ya no sirve, lo que necesita morir, para que la vida siga su curso.
Es la invitación que nos hace el Doc de Aparecida, a "abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe." (DA 365).
Anunciar al Dios de la Resurrección es confiar en la vida que muere, para dar lugar a más vida, a mayor plenitud. Es creer vivencialmente, en que la muerte es necesaria para que la corriente de la vida siga adelante, y nos regale sus mayores riquezas...
El Evangelio será buena noticia, en la medida en que produzca gozo, al que lo anuncia y al que lo recibe. Y el gozo central radica en esta confianza en el poder resucitador que se esconde en la misma muerte de lo caduco... Proclamar que la Vida es posible, que hay algo más allá del aburrimiento, del consumo; gritar por los caminos que la muerte ha sido vencida, que el hombre es y sigue siendo hijo amado de Dios, llamado a la vida y a la libertad...
Sandra Hojman