LO MÁS INTELIGENTE ES SEGUIR A JESÚS
José Enrique GalarretaMc 10, 17-30
Este relato se reproduce, con muy escasas variantes, en los tres Sinópticos (Mateo 19,13; Lucas 18,15). Es Mateo el que habla de "un joven", y añade a los mandamientos el de "amarás a tu prójimo como a ti mismo". Los tres centran el mensaje de Jesús en: vende lo que tienes - dalo a los pobres - tendrás un tesoro en el cielo - ven y sígueme. En los tres, el joven se marcha entristecido "porque era muy rico", y la consecuencia es la frase famosa de Jesús: "es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino".
En la narración de Marcos, más aún que en los otros dos, la escena tiene toda la viveza de este evangelista y nos produce la impresión de estar ante una crónica, bien recordada y bien descrita, de algo que causó impacto especial en los discípulos. El texto se presta a múltiples comentarios, que vamos a reducir a lo esencial, a lo más medular.
Se trata de un "buen rico", que viene a Jesús sinceramente, buscando mejorar su vida religiosa. Jesús le contesta con una formulación básica que no hay que olvidar: "Para heredar la vida eterna, los mandamientos". La pregunta de "¿cuáles?" es característica de una época en que la enseñanza de los doctores fariseos llena la vida de innumerables mandamientos. Jesús se remite a la esencia de la Ley, los mandamientos básicos expresados en lo que hemos llamado "El Decálogo" (Éxodo 20,12 y Dt 6,16). Una vez más, Jesús se despega de la interpretación al uso de la Ley para ir a su esencia.
El rico manifiesta que eso ya lo cumple, quiere saber si hay más. Notemos que se trata de si hay más que heredar la vida eterna. A esa demanda del rico responde la invitación de Jesús, hecha con cariño, como si Jesús se hiciese ilusiones ante su buena disposición. El rico se echa atrás, y Jesús saca la conclusión de que la riqueza hace casi imposible "entrar en el Reino", con la estupenda exageración del camello - el animal más grande - y el ojo de la aguja - el agujero más pequeño -.
Se han querido hacer aquí correcciones, señalando que la palabra "camello" no sería una buena traducción, debiendo preferirse "soga" hecha con pelo de camello (incluso que "ojo de aguja" era la estrechísima entrada de una cueva). Pero todas esas disquisiciones no cambian el sentido primero: prácticamente imposible, sea cual sea la metáfora empleada.
Estas expresiones producen en los discípulos asombro, sobre todo porque, como casi todos en esa época, consideran los bienes del mundo como bendiciones de Dios y los males como castigos. Se ve también que no distinguen aún la diferencia entre "salvarse" y "entrar en el Reino". Pero Jesús sigue hablando del Reino, y afirma que es posible con la gracia de Dios, dejando claro que entrar en el reino es una invitación y una gracia, una oferta de Dios que es a la vez una enorme exigencia y un espléndido regalo.
R E F L E X I Ó N
Dentro de la gran riqueza de mensaje que encierra el evangelio de hoy, nos fijamos en un aspecto básico, importante para nosotros: Jesús y el dinero. La posición de Jesús ante el dinero ocupa un lugar importante en los evangelios. Se puede resumir así:
1- Ante los que "ponen su confianza en el dinero", Jesús siente algo así como lástima, casi desprecio. La mejor expresión de esto sería Lucas 12,16, la parábola del rico insensato, y la expresión de Mateo 6,19: "no amontonéis tesoros aquí, donde roe la polilla..."
Una de las líneas de fuerza importantes del mensaje evangélico es la trascendencia: lo de aquí es importante porque es camino para la Vida definitiva. Si deja de ser camino o lo entorpece, es un trágico error. Invertir lo que poseemos en vivir bien aquí, es tirar la vida.
2.- Cuando la riqueza se hace además ofensa para otros, Jesús se vuelve intransigente, amenazador. La expresión mejor es Lucas 16, 19, la parábola del rico banqueteador y el pobre Lázaro. La condena del rico es tajante, de las más duras de todo el evangelio. En la conclusión ("si no atienden a Moisés y a los profetas, aunque un muerto resucite no se convertirán") se muestra ya ese temor de Jesús por las consecuencias de la riqueza. Los que confían en las riquezas hasta el punto de perder la capacidad de compasión, están perdidos. Es casi imposible que se liberen.
3.- Pero, más allá de todo eso, está El Reino, y éste es el tema tratado en la escena de hoy. Un rico que cumple bien la ley se atreve a preguntar a Jesús "¿hay más?". Jesús se hace ilusiones con él, quizá ese hombre de buena voluntad se atreva a dar un paso más allá del cumplimiento de la Ley... Y le ofrece más: dedicarse por entero al Reino: "Deja todas esas cosas que te esclavizan, vente conmigo..." Pero era demasiado rico, se echó atrás.
Es aquí donde aparecen con claridad dos dimensiones reveladoras: el Reino como libertad, como sabiduría; el dinero como esclavitud. "Vende lo que tienes y dalo a los pobres" es sabiduría: así no tendrás tesoros en la tierra, donde roe la polilla, sino en el cielo. "Después ven, sígueme" es dedicarse a lo único que merece la pena, construir el Reino.
Jesús sabe bien que no es posible servir a dos señores: y que el dinero es señor. Nosotros creemos que lo usamos, pero es él quien nos usa; creemos que lo poseemos, pero es él quien nos posee. Jesús lo sabe muy bien, por eso empieza por plantearnos que decidamos a qué señor queremos servir. La elección es clara:
servir al dinero para morir sin nada <-- --> servir a Dios para morir rico.
Se puede formular de otra manera: ser esclavo y morir como esclavo, ser libre para vivir como hijo.
Esta es la razón por la que algunas personas, con una vocación muy especial, renuncian de hecho a toda posesión: para ser más libres, para poder dedicarse al Reino sin estorbos. Pero la mayoría de las personas no podemos hacerlo, tenemos que poseer, tenemos que usar de este bien peligroso. Para nosotros "vende lo que tienes y dalo a los pobres" no es una orden que podamos cumplir al pie de la letra, pero sí es un espíritu que marca nuestra forma de poseer y de usar. Un seguidor de Jesús usa el dinero, y todo lo que posee, con aprensión, porque sabe que es pegajoso, que tiende a apoderase de su espíritu y esclavizarlo.
Como en tantas cosas, hemos hecho una hábil distinción para suavizar esta palabra. Hemos pensado que se trata de aquellos que van a seguir un "estado de perfección", no de los "cristianos normales" que viven "en el mundo". Pero no es así: los que siguen a Jesús no son los religiosos o los sacerdotes; los que siguen a Jesús son los cristianos, la Iglesia. El llamamiento a seguir a Jesús es el llamamiento a todos.
Se trata simplemente de entender correctamente la expresión "dejarlo todo". Si esto significa no tener físicamente nada, es imposible para una vida normal. Pero no se trata de eso: se trata de no rendir culto, de no adorar, de no ser poseído por lo que se posee. Se trata de usar para la vida definitiva. Se trata de estar libre de corazón para usar bien, para compartir con quien lo necesita.
Se ha dicho, y muy bien dicho, que el dinero es un buen servidor y un mal amo. El dinero es un medio necesario para vivir, para sobrevivir. Con el dinero se puede comprar la subsistencia, la salud, la cultura ... Utilizado como servidor es estupendo. Pero tiene la habilidad de convertirse en amo. Entonces le servimos sólo a él, dejamos de ser personas que con-padecen, no lo consideramos talento recibido para todos sino medio de disfrutar; los judíos llegaban más lejos en su error y lo consideraban bendición de Dios. Y puede serlo: bendición peligrosa, porque, como de todo talento, podemos apoderarnos de él y usarlo sólo para nosotros; y entonces quedamos esclavizados por él, somos su servidores y quedamos imposibilitados para entrar en el Reino.
Dinero, prestigio, poder: los tres talentos más peligrosos que Dios puede darnos, los que más tienden a convertirse en nuestros señores. Por esta razón no los tenía Jesús. Por esta razón no los tenían las primeras comunidades. Y por esta razón nuestra Iglesia se parece tan poco al Reino, porque tiene dinero, prestigio y poder. Es llamativo, y sangrante, que la Iglesia, cuando habla de estos temas llega hasta a afirmar que "hay que hacer una opción preferencial por los pobres", confesando así, no sé si con ingenuidad o con hipocresía, que no es pobre. La nuestra no es una iglesia de pobres, sino una Iglesia rica que se preocupa de los pobres (a veces).
Pero Jesús avisó claramente que ser rico y entrar en el reino es casi imposible. Nosotros, la rica Iglesia de Occidente, creemos que hemos logrado el milagro, que nuestro camello ha pasado por el ojo de la aguja; es mentira: servimos ante todo al dinero, es decir, a nuestro nivel social, a no ser rechazado por el entorno, a vivir muy cómodamente. Lo hacemos con suficiente estilo como para no parecer ridículos, y dando de lo que nos sobra lo suficiente para no sentir demasiados remordimientos. Pero no entramos en el Reino. Los ricos, es decir nosotros, no entran en el Reino.
Es desde aquí desde donde podemos entender el "dichosos los pobres". No se trata de que los pobres sean buenos, no se trata de que Jesús alabe la miseria: se trata de que están mejor situados para entrar en el Reino, se trata de que los ricos lo tienen mucho más difícil.
Jesús trató con todos, ofreció el Reino a pobres que lo rechazaron (la mayor parte de los fariseos y los escribas andarían muy escasos de riqueza). Ofreció el Reino a ricos que lo aceptaron (Juana, Zaqueo). En los evangelios los pobres no son buenos y los ricos malos sin más. En el evangelio, ser rico es tenerlo muy difícil para aceptar los criterios y los valores de Jesús.
Por eso, Jesús fue pobre y libre. Por eso se pudo entregar enteramente al Reino. Y por eso, exactamente por eso, Jesús se dirige preferentemente a los pobres, a los pecadores y a los enfermos, porque ellos sienten necesidad de ser liberados y están por eso mismo en buenas condiciones para aspirar al Reino. Los ricos, los que se creen santos, los satisfechos, ni siquiera necesitan de Dios, "ya tienen su recompensa".
PARA NUESTRA ORACIÓN
Pero hay algo más, algo mucho más exigente: "a mí me lo hicisteis - a mí me lo dejasteis de hacer". La cómoda posesión, el disfrute de los bienes, en medio de un mundo en que los hijos de Dios se mueren de hambre por falta de esos bienes, es un insulto a Dios, Padre de todos.
Si entendemos correctamente la parábola de los Talentos, sabemos que yo tengo para que todos tengan, Dios me lo ha dado a mí porque cuenta conmigo para la solución de los problemas de todos. No pocas personas se preguntan: "¿cuánto tengo que dar?". En realidad están preguntando: "de lo que me sobra, después mantener el tren de vida habitual en mi sociedad, ¿qué tanto por ciento me justifica ante Dios?". A esa pregunta, Jesús no respondería más que con otra pregunta: "¿Cómo andas de compasión? ¿hasta qué punto te importa que miles de hermanos tuyos se mueran de hambre?"
Inmersos en una sociedad de abundancia, acostumbrados a niveles de vida que nos parecen normales, nos vemos retratados, una vez más, por las escenas del evangelio: quizá somos tan insensatos que sólo pensamos en poseer y disfrutarlo. Jesús piensa que estamos tirando la vida.
En resumen, el dinero, como todas las realidades de esta vida, (la salud, las cualidades...) es un medio, algo que me permite "comprar cosas". Podemos comprar cosas satisfactorias a corto plazo, pero no duraderas. El Evangelio invita a "invertir bien", desechando valores que al final nos dejarán sin nada. El código de valores de Jesús es el Sermón del Monte, y su núcleo, las Bienaventuranzas. Jesús es el modelo de los que "están en el Reino". Es grano de trigo enterrado para servir de alimento. Dejó su casa, su seguro oficio, su familia, para dedicarse del todo al Reino. No contaba con el dinero para difundir el Reino. Vivía de lo que le daban. No tuvo que hacer testamento. Se murió desnudo, sin más tesoros que los de su alma, los que le siguen a uno hasta la vida eterna.
ORACIÓN
Sugiero que recitemos juntos "el pregón del Reino", las Bienaventuranzas. Son los criterios de Jesús. Hagámoslo con humildad. Muy probablemente no son éstos, de hecho, nuestros criterios. Al recitarlas, pidamos a Dios que haga nuestro corazón semejante al de su Hijo.
Dichosos los pobres de espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos
Dichosos los mansos,
porque poseerán la tierra
Dichosos los que lloran,
porque serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia,
porque quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos,
porque alcanzarán misericordia
Dichosos los limpios de corazón,
porque verán a Dios.
Dichosos los que buscan la paz,
porque serán llamados hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
QUE PODRÍAMOS TRADUCIR LIBREMENTE ASÍ:
Cuánto más felices seríais si no necesitarais tantas cosas
Cuánto más felices seríais si vuestro corazón no fuese violento
Cuánto más felices seríais si aprendierais a sufrir
Cuánto más felices seríais si tuvierais hambre y sed de justicia,
Cuánto más felices seríais si aprendierais a perdonar y pedir perdón.
Cuánto más felices seríais si vuestro corazón fuera transparente
Cuánto más felices seríais si trabajarais por la paz
Y si os desprecian o persiguen por vivir así, ¡mucho más felices todavía!
José Enrique Galarreta