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ISAÍAS 62, 1-5 / 1 CORINTIOS 12, 4-11

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ISAÍAS 62, 1-5

Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré,
hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como una antorcha.
Los pueblos verán tu justicia y los reyes tu gloria;
te pondrán un nombre nuevo pronunciado por la boca del Señor.
Serás corona resplandeciente en la mano del Señor, diadema real en la palma de Dios.
Ya no te llamarán "la abandonada", ni a tu tierra "la devastada";
a ti te llamarán "mi favorita" y a tu tierra "la desposada"
porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá marido.
Como un joven se casa con su novia,
así te desposa el que te construyó;
la alegría que encuentra el marido con su esposa,
la encontrará Dios contigo.

 

Se trata del llamado "tercer libro" de Isaías. No es de Isaías, sino de unos discípulos que escriben siguiendo su espíritu e incluso imitando su estilo. Isaías vivió en Jerusalén hacia el año 750, en los tiempos del impío rey Ajaz. Este texto está escrito hacia el año 550, durante el Destierro de Babilonia o al regresar a Jerusalén, y refleja una situación muy difícil para los teólogos de Israel. No se están cumpliendo Las Promesas esperadas. El reino de Judá no es independiente, no reina en él un descendiente de David y la reconstrucción del templo es miserable... Esta situación produce una fuerte conversión en los teólogos de Israel. La Promesa se entiende mejor, la religión se purifica: no van a esperar un reino político sino el reinado de Dios en los corazones. No van a identificar religión y culto sino religión y obediencia a la ley del Señor. Ahora Jerusalén va a recibir un "nombre nuevo", es decir que va a ser completamente diferente. Esta va a se la tremenda lección del Destierro.

El texto es brillante: la llegada de Dios se presenta con la más bella de las imágenes: el amanecer de un día de bodas. Viene el Señor, el novio ilusionado ardiente de amor. La salida del sol esperado por la novia con inmensa ilusión porque viene el novio, el deseado. Esta presentación de Dios como un novio enamorado es un magnífico avance en el conocimiento de Dios. La terrible experiencia de la destrucción de Jerusalén y del Templo ha obligado a Israel a purificar su fe de una manera drástica y definitiva.

Es ésta sin duda una de las líneas más "maduras" de los profetas, que llegan ya a intuir la esencia de Dios que se revelará en Jesús. Venimos desde el Dios casi tribal, primero de entre los dioses, protector del pueblo y destructor de los otros pueblos, presentado como Señor severo..... Vamos hacia "Abbá", el médico, el enamorado, el Salvador, Jesús Dios-con-nosotros. En el camino de la fe, este texto muestra un avance decisivo en el conocimiento de Dios.


1 CORINTIOS 12, 4-11

Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.

En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Y así, uno recibe del Espíritu hablar con sabiduría, otro hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien recibe del mismo Espíritu el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, el don de curar. A éste le han concedido hacer milagros; a aquél, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, el lenguaje arcano, a otro el don de interpretarlo.

El mismo y único espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a Él le parece.

Esta lectura no tiene nada que ver con las otras dos. Durante varios domingos haremos una lectura continua de esta carta de Pablo. En este fragmento se inicia un tema muy interesante: Pablo ve en las cualidades de todos una presencia del Espíritu de Dios, destinada a la comunidad. La idea se continúa con la imagen de la iglesia como un cuerpo del que todos somos miembros, que leeremos en el siguiente domingo.

Es una imagen importante para nuestra espiritualidad: nuestras cualidades son dones, dones de Dios, que invierte en nosotros para bien de todos. Y así podemos ver en los demás la presencia del Espíritu de Dios, que trabaja por sus hijos.

 

José Enrique Galarreta, S.J.

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