LA VIDA DE JESÚS ES VIOLENCIA
José Enrique GalarretaLc 12, 49-53
Toda esta parte de Lucas reúne muchas enseñanzas y sucesos de la vida de Jesús englobadas literariamente en el gran viaje hacia Jerusalén, convocando multitudes y sufriendo la hostilidad y el acoso de los jefes y letrados.
Los temas concretos del fragmento de hoy son tres imágenes: el fuego, el bautismo y la división.
Jesús presenta su predicación y su trabajo total como un fuego que tiene que hacer arder al mundo entero. No es ésta una imagen evangélica habitual, ni ha sido apenas utilizada. El fuego ha sido en el AT una imagen de Dios y de su acción sobre los humanos: fuego para purificar, para iluminar, para propagarse. Y el Espíritu se entregará a la Iglesia en forma de lenguas de fuego.
Lo menos que podemos decir del espíritu de Jesús es que es "ardiente". Podríamos pensar si la habitual mansedumbre con que representamos a Jesús no es una domesticación que nuestra conveniencia impone a su verdadera imagen, la que se desprende directamente de los textos evangélicos.
Jesús habla frecuentemente de su "bautismo", no refiriéndose al Jordán, sino a la cruz. Quizá la expresión más evidente sea la respuesta a las aspiraciones "ministeriales" de los Zebedeos, a las que Jesús contrapone: "¿podéis beber el cáliz que yo de he de beber, bautizaros con el bautismo que yo he de recibir?" (Mt 20, Mc 10), es decir, ¿podéis soportar lo que yo voy a padecer?... textos que se relacionan directamente con los anuncios de la Pasión y la incomprensión de los discípulos respecto a la misma.
La consecuencia de todo lo anterior es que Jesús sabe que el resultado de su misión no será la conversión global, la adhesión de Israel, sino la división: con Él o contra Él. Y que esta división hará que los que opten por Él sean perseguidos, como Él mismo lo será.
Ante todo, debemos reflexionar sobre la imagen que tenemos acerca de la vida y figura de Jesús. Treinta años de vida oscura; de uno a tres años de vida "pública", que empiezan con un enorme impacto popular y se deslizan hacia el seguimiento de un grupo más reducido y más fiel; y un violento desenlace producido por el enfrentamiento mortal con las autoridades religiosas de Israel.
Es una vida violenta: sorpresa, impacto, enfrentamiento, muerte. La sociedad de Jesús le responde con violencia, porque se ha sentido agredida y teme por su supervivencia. La doctrina y el modo de actuar de Jesús ha sido un agresión, un fuego; la sociedad teme ser consumida por ese fuego; e intenta apagarlo, matarlo.
La acción de los enemigos de Jesús se representa también en el agua, que puede ser mortal. Se recobra el viejo significado agua = muerte (las aguas del caos primordial, el diluvio, el Nilo, el mar "Rojo"...) las aguas caerán sobre el fuego de Jesús intentando ahogar su fuego. Son las aguas mortales de la religión deformada: la Ley más que la persona: el culto más que la vida: la justicia más que la compasión. Jesús vuelve a encender el fuego de la persona, la vida, la compasión, y entonces los legistas, los sacerdotes y los fariseos no tienen más remedio que apagar ese fuego.
Esta imagen de Jesús, tan real e indiscutible, nos propone dos vías de reflexión de gran trascendencia. Ante todo a nivel personal. La vida interior de todo seguidor de Jesús es violencia, porque partimos de la situación existencial del pecado, de la instalación, de la conformidad con lo vulgar o lo meramente agradable. Y la llamada de la Palabra es "sal de tu tierra, sal de la cómoda esclavitud... al desierto, hacia la libertad". Es la motivación de toda la ascesis cristiana: arrancarse del cómodo y ficticio paraíso (interior y exterior).
Seguir a Jesús es siempre preferir la puerta estrecha y la senda empinada, es venderlo todo por el Tesoro, dejar las redes en la barca... Los evangelios están llenos de estas imágenes.
A nivel comunitario, la iglesia es un poderoso fermento de cambio. Una comunidad de seguidores de Jesús actúa con criterios, maneja valores, actúa de forma radicalmente opuesta a la sociedad en que se inserta: no valora el poder, la instalación, la riqueza, el dominio; no pretende preferentemente disfrutar ni imponer; no piensa ante todo en ganancias ni en prestigios sociales...
Si los criterios y valores de estas comunidades fueran mayoritarios en la sociedad occidental, toda la trama económica y política de esta sociedad quedaría destruida. Una iglesia verdaderamente seguidora de Jesús sería un peligro público, sería atacada, la sociedad reaccionaría como se reaccionó con Jesús.
Pero de hecho no es así. Los cristianos occidentales tenemos la tentación de que nuestra fe no altere demasiado nuestras costumbres. El seguimiento de Jesús puede no significar un esfuerzo para salir de sí mismo y liberarse de los pecados. El sacramento del bautismo puede no ser una adhesión personal al crucificado, ni el sacramento de la penitencia suele ser expresión de nuestra constante pelea con nuestros pecados, ni la Eucaristía es comunión con la fe de los demás y un compromiso vital con el Libertador y para la Liberación.
Es más conveniente priorizar la imagen del perdón de los pecados (no detestados), de la comunión personal con Cristo (no transformadora, estéril). El conocimiento de "Abbá" puede no impulsarnos y comprometernos a ser Hijos sino más bien simplemente a tranquilizarnos porque entendemos a Dios como Juez corrupto, bonachón, que pasará por alto nuestra mediocridad.
Si así fuera, el fuego se habría extinguido. Ni la Palabra nos quema por dentro, ni los cristianos quemamos en la sociedad. La Palabra serviría para tranquilizar nuestra mediocridad y la Iglesia se convertiría en una religión más, expresión sacra de la idiosincrasia de un pueblo y los mecanismos tradicionales de su sociedad.
De ser así, habría desaparecido la fuerza incontenible del grano de mostaza, el poder de fermento de la levadura... Se habría extinguido el fuego.
La división, el padre contra el hijo... ¿cómo no va a haber división si alguien se toma en serio el Evangelio? "Todos los que quieran vivir religiosamente, como Jesús, serán perseguidos". La elección de carrera, el status de vida elegido, los amigos, el club a que se pertenece, invertir o colaborar... ¿cómo no van a dividir a las personas estas elecciones que constituyen el tejido habitual de nuestras vidas?
Dios es Amor. La imagen del Espíritu es el fuego. El fuego quema la ofrenda. El fuego es lo que hace válido el cirio, que se consume para ser luz...
Este domingo es una magnífica invitación a un examen en profundidad de lo que significa para nuestras vidas la fe en Jesús. Ardiente o tibio, agresivo o domesticado, salir o seguir instalado, ponerse al servicio o conformarse... Contemplar cómo cambió a Jesús el fuego del Espíritu, qué peligroso lo hizo. Mirar mi vida, tan poco peligrosa para nadie. Mirar la iglesia, intentar descubrir en ella dónde quema el Espíritu...
José Enrique Galarreta