GESTOS PROFÉTICOS
Felix Jiménez TutorNadie es perfecto ni siquiera el Papa Francisco es perfecto. "Soy un pecador" dice de sí mismo y lo vimos arrodillado en un confesionario susurrando pecados veniales a un cura sorprendido y asustado.
A Francisco le gusta hacer gestos de impacto, gestos que, sin quererlo ni buscarlo, se convierten en titulares y en la foto del día. Gestos de consumo para una feligresía hasta ahora aburrida y sin excitación.
Benedicto XVI ha sido el peor relaciones públicas que he conocido. Hombre que miraba más al pasado que al futuro no era el coach que la Iglesia necesitaba en estos tiempos tan cambiantes y tan heterodoxos.
Francisco es un buen coach, no amenaza a los pecadores, alienta, sana y si pudiera nos daría a todos una vuelta en su papamóvil por la plaza del Vaticano. Lástima que muchos obispos, y muchos curas ni lo entienden ni lo aprueban ni lo imitan. No hay quien los apee de sus rutinas, sus normas, su aburrida y sabida retórica y su autoritarismo sin autoridad.
Sólo Dios es perfecto. Tú solo santo. La santidad exige una pureza total, una separación imposible de los dos aspectos que nos hacen impuros por necesidad: la muerte y el sexo.
Dios es santo porque no conoce ni la muerte ni la procreación. Nuestra imitatio Dei sólo será total en la vida resucitada.
Yo me gozo en mi imperfección, en la tensión por ser lo que sólo en el futuro seré.
Los Papas, siempre vistos por los fieles como la santidad encarnada, son hombres mortales y sexuados como todos los demás. No son ni más perfectos ni más santos que el resto de los cristianos. Pueden ser más sabios y ciertamente tienen más poder, tanto poder que les lleva a cometer grandes errores.
Francisco en este primer año de su pontificado ha hecho pequeños gestos, pero ha perdido la oportunidad de hacer grandes gestos, gestos proféticos.
El Banco Vaticano.
El gesto más profético de Jesús, el más revolucionario y el de más graves consecuencias fue echar con un látigo a los banqueros del Templo de Jerusalén. El Templo era la Bestia, el Leviatán que Jesús quiso matar. Francisco ha reciclado el Banco Vaticano que seguirá siendo un nido de ladrones y de bandidos. Solución práctica, pero tan tibia que nada cambiará.
¿Se puede hacer del Vaticano una casa de oración para todos los pueblos sin la ayuda del Banco Vaticano? Tal vez no, pero de ahí a funcionar como una multinacional donde se lava dinero negro de la Mafia o de los nuevos ricos o de los banqueros sin escrúpulos hay una gran distancia.
¿Oportunidad perdida o gesto profético in pectore en la lista de espera?
Los Legionarios de Cristo.
El Concilio Vaticano II exhortó a las congregaciones religiosas a volver a los orígenes, al carisma fundacional, al espíritu del Fundador.
Esta congregación decapitada, sin Fundador, sin carisma, en su origen fue el pecado, la perversión, la fornicación sin frenos, la eucaristía sacrílega...
El gesto profético, audaz, habría sido la supresión de los legionarios de Cristo. Muchos teólogos, muchos buscadores de la verdad, muchos movimientos, muchos profetas, los verdaderos profetas siempre son una amenaza al status quo, han sido eliminados y excomulgados por pura envidia. Oportunidad perdida de podar una rama que sólo ha producido dinero, sexo y muerte.
Dos Papas santos.
Saltarse las normas y los protocolos es justo y necesario y Francisco sabe hacerlo.
¿Pero por qué no deja a Dios que se haga cargo de la fábrica de la santidad?
No necesitamos más santos, ya no caben en el santoral y son una distracción mortal.
El día 27 de abril Francisco canonizará a dos Papas, a Juan XXIII, el que abrió las ventanas para ventilar una Iglesia que olía a pasado, a latín, a Trento, a excomuniones. Juan XXIII puso el reloj de la Iglesia en la hora del mundo nuevo y en comunión con las otras Iglesias cristianas.
Juan XXIII me cae bien con su barriga redonda y su cara de campesino bonachón. La santidad oficial le va a quitar calidad humana, humor y chispa.
Cuando a alguien lo hacen santo lo estiran, lo hieratizan y le dan un aire serio y aburrido. Juan XXIII, sin el atributo de santo, siempre será admirable e imitable.
Juan Pablo II, trotamundos incorregible, feliz en su papel de monarca sin rivales, cerró un poco las ventanas que el Concilio de Juan XXIII abrió y empezamos a sentir el peso del pasado y a oler aromas olvidadas.
Últimamente se hacen tantos santos que se olvidan rápidamente como se olvida la comida basura consumida sin placer.
¿Cómo puede haber santos de chaqueta en la gloria de Bernini si hay que gastar más de un millón de dólares para subir a los altares?
¿Merece la pena terminar siendo una mera estatua de escayola que nadie reconocerá?
Felix Jiménez Tutor