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FRANCISCO, GRANDE JUNTO A OTROS GRANDES

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Qué grande es nuestro Papa Francisco. Es un regalo especial del Padre. Es un aire fresco. Es una esperanza para creyentes y no creyentes. Encarna en sí mismo una alternativa bellísima de otra forma de existencia, ejemplo para la humanidad.

Todo porque de él emana su sentido de compasión y de misericordia. Los pobres le duelen y se juega por ellos. Los enfermos son imanes que atraen su corazón, y si son deformes atraen sus besos sin escrúpulo. A los niños indefensos les abre sus brazos defensores.

Carlitos, un niño, públicamente se sentó en su asiento, la silla de Pedro, y Francisco quedó encantado. Los palacios vaticanos le fastidian. Los títulos le estorban. Los colores artificiales y anacrónicos de vestimentas eclesiásticas le dejan con cara de tristeza, como lo vimos en una célebre foto.

El triunfalismo de un modelo constantiniano de Iglesia le duele. Prefiere hacerse esclavo para lavar los pies de una mujer, y de una mujer mahometana y prisionera. Los liturgistas romanos escandalizados rasgan sus vestiduras, pero la humanidad, creyente y no creyente, respira aliviada porque otra forma de vivir es posible y es linda.

Su vestidura es blanca, porque es su uniforme ordinario, pero no tiene adornos ni sus zapatos son distintos a los usados por el pueblo pobre. En su pobreza ofrece la compasión a todos, y a todos pobremente les pide que compasivamente lo acompañen rezando por él.

En su compasión abraza a todos como hermanos. A todos. A Bartolomé I, el Papa de oriente, separados desde 1052, lo invita y lo abraza y le pide perdón. A los judíos los siente como hermanos mayores, juntos en el mismo caminar. A los seguidores del profeta Mahoma los abraza con amor.

No le fastidia que lo llamen comunista, pues aclara que no cree en el comunismo, pero tiene amigos comunistas a quienes quiere. A agnósticos que luchan por el pobre, los anima a que lo hagan con amor. Quiere transformar una Iglesia piramidal en un episcopado colegial y en un pueblo comunitario.

Todo esto hace del Papa Francisco un personaje distinto a los demás y un ejemplo atrayente. Así fue Francisco de Asís a finales del siglo doce y principios del trece. Francisco de Asís fue un iniciador de un nuevo modelo de Iglesia. Su modelo fue Jesús de Galilea, muy lejano en el tiempo. En su época no había otros que la ayudaran como ejemplos cercanos.

El Papa Francisco, en cambio, en su grandeza eclesial, viene desde antes acompañado por un conjunto de obispos gigantescos. Como Francisco de Asís, también sigue el ejemplo de Jesús de Galilea. Pero el Papa Francisco sí ha tenido compañía de otros grandes y muy grandes, que fueron cercanos a él, de quienes él ha aprendido y sigue aprendiendo y por quienes se siente acompañado.

Casi todos ya marcharon a la casa del Padre. Unos pocos aún viven y Francisco conoce a estos y conoció a aquellos. Muchos también los hemos conocido y damos testimonio del parecido de Francisco con ellos. Son aquellos obispos, algunos de ellos, de la generación inmediatamente posterior al Concilio Vaticano II. Los hubo en todos los continentes, pero en especial fue un grupo de obispos de América Latina.

Jorge Bergoglio hizo sus estudios con los jesuitas entre 1957 y 1970 y fue ordenado en 1969. El Concilio Vaticano II se desarrolló de 1962 a 1965. Medellín fue preparado desde 1966 y se realizó en 1968. Pedro Arrupe era el general de la Compañía.

Jorge Bergoglio vivió esta época de inquietante novedad eclesial, una nueva primavera. Veía, oía, leía, respiraba esta nueva manera de ser Iglesia. Se rompía el modelo constantiniano vigente desde el siglo cuarto, 16 siglos, y se recuperaba para hoy el modelo de comunidad del artesano galileo, Jesús de Nazaret.

Como ejemplo caminaba un buen número de obispos que se esforzaban en ir logrando su "conversión eclesial". Buscaban cómo pasar de un modelo de Iglesia de poder dominante y triunfalismo a un modelo más conforme con el de Jesús de Galilea, una comunidad de amor fermento del reino, en la realidad de hoy, en un "aggiornamento".

Su modelo atrayente y desafiante era Jesús, pero a la luz del Concilio Vaticano II. Un modelo cercano y visible era Juan XXIII, quien en su vida encarnó el modelo de Iglesia que soñaba al convocar el Concilio. Francisco contó que el primer nombre que pensó para él fue el de Juan XXIV.

Modelo también era ese buen número de obispos convertidos a este nuevo modelo de Iglesia, verdaderos padres de la Iglesia Universal. Muchos de ellos se ganaron la enemistad de los poderes políticos, fueron perseguidos y algunos terminaron martirizados. No les faltó persecución dentro de la misma Iglesia. Todos ellos sufrieron, pero iluminaron el nuevo caminar de la Iglesia.

Nosotros los conocimos y algunos caminamos con ellos. Yo puedo dar el nombre de muchos de ellos. Como obra del CELAM hicimos dos veces un mes completo de reflexión conciliar, una vez en Medellín con 52 obispos de América Latina y otro en Antigua Guatemala con 38 obispos de América Central.

Jorge Bergoglio conoció esta generación de obispos durante sus estudios y luego como joven sacerdote. Después fue parte de esa generación como obispo auxiliar de Buenos Aires, 1992, y luego como arzobispo en 1998. Su sencillez, su modestia, su pobreza, su estilo de Iglesia era el seguimiento ejemplar y luminoso de un modelo que providencialmente supo hacer suyo. La Providencia lo fue preparando para que así ahora Francisco encarne en su persona ese modelo que ilumina desde la diócesis de Roma a toda la Iglesia y a toda la humanidad, enmarcado en esa alegría constante que hace saborear la Buena Noticia, que es Jesús y el reino.

Unos cuarenta obispos fueron a celebrar la Eucaristía en las catacumbas romanas de Santa Domitila, en noviembre de 1965, dos semanas antes de terminar el Concilio Vaticano II. Estos obispos habían tomado muy en serio el nuevo modelo de Iglesia que el Concilio había logrado presentar. En esa catacumba firmaron un compromiso de 13 puntos que iban a cumplir y que les cambiaría la vida. Leyendo cada uno de esos compromisos uno ve la figura de Francisco, tanto en su convencimiento interior como en sus múltiples, constantes y admirables ejemplos.

Al recuperar la memoria de esa generación de obispos tan grandes, vemos más grande la figura de Francisco y nos sentimos invitados a orar y a orar mucho, como él nos lo pide, para construir de nuevo esa primavera eclesial posconciliar, tan cercana a Jesús y su reino. Primavera que no se redujo al ámbito episcopal, sino que fue el renacer del Pueblo de Dios, un pueblo de bautizados que iba transformando todo el continente de América Latina, ejemplo para el resto del mundo.

Con Francisco, obispo de Roma ahora, acompañémoslo y vivamos ese modelo de Iglesia Universal, pueblo y obispos, al servicio de todos los continentes y del planeta tierra.

 

Edgard R. Beltrán

Exsecretario de Pastoral del CELAM

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