ASPIRAMOS A OTRO MODELO MINISTERIAL MUY DISTINTO
José Manuel VidalEntrevista a José Arregi
Franciscano de corazón y sin papeles, el teólogo José Arregi sigue alentando la mística de la resistencia activa en la Iglesia. Con sus artículos, conferencias y libros. Más libre que nunca, asegura que la Iglesia "sigue anclada en paradigmas trasnochados", denuncia a la jerarquía española "politizada, derechizada y agresiva", reivindica "el placer sexual como sacramento de Dios" y defiende a José Antonio Pagola. Tras sufrir en su propia familia la violencia de ETA, pide "curar y cuidar a todas las víctimas" y perdonar. Pero sabiendo que "el perdón ni se puede imponer ni exigir".
¿Por qué "la fe no consiste en creer sino en confiar"?
"Fe" significa eso, confianza. Eso es la fe para san Pablo: la confianza incondicional en Dios como misterio de pura gracia. Esa confianza es la que nos hace libres, felices, buenos, compasivos como Jesús.
Las creencias dependen de la cultura, de la cosmovisión, del lenguaje. Las creencias, todo el credo, todas los dogmas, no son más que formas y soportes de la fe, y pueden cambiar, han de cambiar según las culturas.
Antes creían que el cielo estaba arriba y que Dios estaba en el cielo como un gran señor, que hacía llover o hacía milagros si se le pedía bien o simplemente si le daba la gana. En ese Dios ya no cree casi nadie; es que no se puede creer, no entra dentro de "lo creíble" hoy. Pero lo mismo pasa con otras muchas creencias, con todas: han de cambiar, para poder seguir confiando en el misterio de gracia, es decir, belleza y bondad, que llamamos "Dios".
La carta de Santiago dice: "¿Qué haces con creer que Dios existe, o esto o lo otro? También los demonios creen" ("demonios" es hoy una forma de hablar). Solo hay que creer "lo creíble" y solo en la medida en que ayuda a confiar, mientras que en aquello que resulta increíble o impide confiar no se ha de creer. O, si se prefiere, hay que reinterpretar todas las creencias para seguir confiando, es decir, siendo felices y buenos, como Jesús.
¿Vive la Teología anclada en paradigmas del pasado, anacrónicos y nocivos?
Eso es, es cuestión de paradigmas. Las imágenes y categorías fundamentales, el credo y la organización, de todas las grandes religiones, responden a culturas agrarias de hace miles de años: Dios como personaje supremo, la tierra y el ser humano como centro del universo, el pecado y el perdón, el "más allá", jerarquía y poder sacralizados...
Al cristianismo tradicional y, en concreto, a la iglesia católica, le pasa lo mismo: sigue anclada en paradigmas trasnochados. Y una de dos: o la Iglesia transforma su lenguaje y sus instituciones para que puedan seguir suscitando y soportando la confianza y la bondad en el mundo de hoy, o se condena a sí misma al ostracismo y la marginación inoperante, deja de ser levadura y sal.
En la Iglesia del Vaticano II se hizo un enorme esfuerzo para que fuera posible la primera alternativa, pero la jerarquía católica, desde el año 80, parece empeñada en que se dé la segunda. Es por miedo.
¿Por qué hay miedo en la Iglesia española y entre los teólogos?
El miedo es un mecanismo sano, porque nos alerta de unos riesgos. Pero el miedo se convierte en el mayor riesgo, cuando nos encierra y paraliza, nos pone a la defensiva, y no pocas veces a la ofensiva; el propio miedo crea fantasmas, en vez de energías positivas y transformadoras; el propio miedo se convierte en el mayor peligro.
Creo que es lo que está pasando en la Iglesia católica en general, y creo que ese fenómeno es especialmente patente en la Iglesia española, especialmente politizada y derechizada, especialmente defensiva y agresiva.
Es verdad que vivimos tiempos de crisis cultural, pero creo que la reacción del Vaticano y de la jerarquía española están siendo muy contraproducentes; están provocando una ruptura social masiva con la Iglesia, una ruptura que puede ser definitiva. La jerarquía está sectarizando a la Iglesia.
¿A qué se debe el intento "oficial" de enterrar el Vaticano II?
No se trata de mala voluntad. Pienso que se debe, fundamentalmente, a un error de diagnóstico. El Concilio Vaticano II quiso ponerse al día en un mundo marcado por la modernidad, pero lo hizo demasiado tímidamente; incluso los que quisieron ir más lejos -en la línea de Rahner- no pudieron hacerlo, porque había un fuerte sector ultraconservador y el sector mayoritario era moderado, pero básicamente conservador, como el mismo Pablo VI.
Los documentos del Concilio, fundamentalmente referidos a la Iglesia, son producto de consensos y equilibrios, y albergan no pocas contradicciones. Después del Concilio se iniciaron reformas interesantes, aunque muy insuficientes. Al mismo tiempo, la sociedad europea occidental emprendió una transición rápida y profunda de la era moderna industrial a la era posmoderna de la información y el pluralismo, con la secularización consiguiente.
El sector episcopal conservador, con los teólogos von Balthasar y Ratzinger al frente, se alarmó y pensó que la secularización era consecuencia de las reformas conciliares. La elección de Juan Pablo II en 1979 responde a ese diagnóstico, y trajo consigo un viraje, y en eso estamos todavía: están enterrando el espíritu renovador del Concilio, apelando a la letra del Concilio.
La lectura que hacen del Concilio, como toda lectura, es muy selectiva e interesada. Pero los resultados en Europa están siendo catastróficos, y creo que pronto lo serán también en otros continentes. Ya lo están siendo en América Latina, donde se extiende sobre todo el pentecostalismo emocional y neoconservador.
¿Qué quiere decir, en concreto, cuando aboga por "una espiritualidad más allá de la religión"?
La religión, en cuanto sistema de creencias, normas y ritos, es la forma que adopta la espiritualidad en una determinada cultura. Las formas pueden ser más o menos necesarias, y en general algún tipo de institucionalización es necesaria para una comunidad de creyentes, pero la forma institucional nunca es lo fundamental de ninguna religión entendida como espiritualidad, como experiencia religiosa personal o colectiva. La religión en cuanto forma no es lo fundamental.
Lo fundamental es la espiritualidad, que viene de "espíritu" y es respiro, inspiración, esperanza activa. La espiritualidad es espíritu y vida, es veneración, respeto, compasión solidaria, más allá de todas las formas religiosas, más allá de las creencias, de los ritos y de la moral. La institución religiosa puede sostener y fomentar la espiritualidad, debe hacerlo, pero a menudo resulta que ahoga la espiritualidad, impide respirar.
¿Cómo explicar a tantos creyentes atormentados por la moral tradicional católica una nueva espiritualidad de la carne y de los sentidos?
Es una de las manifestaciones de la transformación cultural que se está dando. El discurso de la jerarquía sigue aferrado al dualismo enemigo del cuerpo, sobre todo de la sexualidad, que ya está presente en San Pablo y que se impuso definitivamente en la gran Iglesia con San Agustín, y que no tiene raíces propiamente en la Biblia ni en Jesús, sino en el platonismo y en el maniqueísmo.
Es preciso revisar a fondo toda esa antropología y cosmología. No estaría mal que leyéramos un poco más el Cantar de los Cantares. Y que se enseñara que el cuerpo, el placer sexual y la relación sexual en cualquiera de sus formas, siempre que sea para bien de uno mismo y de los demás, es sacramento de Dios.
Todo lo que tiene que ver con la sexualidad y el sexo es muy delicado, y hay que fomentar esa delicadeza, porque es muy fácil hacerse daño a sí mismo o al otro. Pero no se puede decir: "Te hace daño porque está prohibido", sino: "Solo está prohibido lo que hace daño".
Todo disfrute y placer, comer, pasear, tomar el sol, bañarse, la caricia, el placer sexual..., en la medida en que es delicado y bueno, es sacramento de Dios, aunque lo prohíba la moral vigente. Creo que es el espíritu del Evangelio de Jesús.
¿Es hora de que los cristianos "conciliares" volvamos a ocupar los espacios que hemos abandonado en la Iglesia institucional?
Sería deseable, en la medida de lo posible. Debemos reivindicar que "somos Iglesia" a todos los efectos. Por ejemplo, ¿por qué vamos a depender de que haya sacerdotes ordenados para celebrar juntos la memoria de Jesús, dejarnos consolar e iluminar por el evangelio, compartir pan y vino, fortalecernos para la acción? A Jesús no se le ocurrió nunca que hicieran falta sacerdotes ordenados y varones para celebrar su memoria. Pues lo mismo con otros muchos ámbitos de la Iglesia.
¿Por qué hay tanto odio entre los católicos más ortodoxos, que destilan en los comentarios en la Web?
No es fácil entenderlo, o tal vez es fácil entenderlo: los más ortodoxos suelen ser a menudo demasiado estrechos, y la estrechez nos crispa con nosotros mismos y con los demás. Los comentarios e insultos llenos de resquemor y agresividad que algunos vierten a menudo, por ejemplo en Religión Digital, son pura negación de la fe que dicen defender. Supongo que si algún alejado de la Iglesia o del cristianismo los lee, debe decirse: "¡Qué horror de religión!" y alejarse más todavía, espantado.
¿Hay un cisma silencioso entre la jerarquía y las bases de la Iglesia?
El cisma es evidente. Pero la mayoría de los cristianos ya son lo suficientemente adultos en su mentalidad y en su fe, como para vivir en libertad y paz, a pesar de no acatar las directrices dogmáticas o morales de la jerarquía.
Pienso, por ejemplo, en tantas y tantos que viven su fe sin aferrarse a determinadas creencias tradicionales que muchos obispos abusivamente llaman "fe de la Iglesia". No es fe de la Iglesia, sino creencias de una determinada parte de la Iglesia.
O pienso en quienes viven su sexualidad fuera de las normas canónicas: quienes utilizan anticonceptivos, los gays y lesbianas, los divorciados o separados que viven con otra pareja... Si se quieren y se ayudan, son sacramento de Dios. Dios los bendice, aunque la jerarquía los condene.
Dice usted: "La Iglesia de Jesús, en contra de Jesús, ha humillado a la mujer". ¿Para cuándo la reparación?
Ya es muy tarde, tal vez demasiado tarde. Las mujeres, como antes los jóvenes, como antes los intelectuales, como antes los trabajadores, están abandonando esta institución eclesial católica, porque no encuentran en ella su lugar de dignidad.
Pero conste: no pienso que su lugar de dignidad sea ser sacerdotes de acuerdo al modelo clerical de hoy. La inmensa mayoría de las mujeres católicas de hoy, al igual que la inmensa mayoría de los hombres creyentes, aspiran a otro modelo de Iglesia con otro modelo ministerial muy distinto, más parecido al movimiento de Jesús, un modelo democrático, comunitario, más allá de la distinción clérigo-laico, ministerios ordenados-no ordenados...
Que las mujeres sean sacerdotes y obispos según el modelo actual no cambiaría gran cosa, aunque tal vez pudiera ser un paso intermedio para una reforma mucho más profunda.
¿Sigue siendo usted un fraile sin convento? ¿Y un cristiano sin Iglesia?
¡Qué va! Sigo siendo franciscano fuera del marco institucional, pero me siento acogido y querido por los franciscanos tanto o más que antes, y sus conventos son mi casa. En la fraternidad de Bilbao ceno y duermo tres días por semana, cuando estoy en Deusto. Y en Arantzazu tengo mi habitación de antes, y voy cuando quiero.
En cuanto a la Iglesia, en ella hay muchas moradas, como diría Jesús, y si te echan de una puedes ir a otra, y allí te encuentras con muchas hermanas y hermanos, y todos formamos una Iglesia sin fronteras, aunque algunos quieran cerrar puertas y ventanas y poner límites claros entre dentro y fuera, y aunque a veces haya conflictos. Son inevitables. No puede haber comunión eclesial sin espacio para la diferencia y el disenso.
Imagino que la página de monseñor Munilla está pasada. Pero, ¿le sigue doliendo la situación de la diócesis de San Sebastián?
Mentiría si dijera que todos mis sentimientos son puros, evangélicos. No lo son, y lo siento y pido perdón. Pero mi problema nunca ha sido y menos lo es ahora con la persona de monseñor Munilla, sino con el sistema que él representa y quiere imponer como único: una doctrina, una autoridad, una política, una moral, una Iglesia... la suya.
Muy distinta, por cierto, de la Iglesia que vive y quiere la inmensa mayoría de la diócesis. Creo que el mayor atentado contra la comunión eclesial viene hoy de la jerarquía, y nuestra diócesis de San Sebastián es un buen ejemplo, un ejemplo doloroso. No hay más que ver lo que ha pasado con el caso Pagola, el Seminario, el Proyecto Pastoral.
¿José Antonio Pagola es un "hereje", como dicen los sectores ultracatólicos?
La peor de todas las herejías me parece el sectarismo de algunos de esos "ultracatólicos". Es negación radical de la catolicidad, que significa no solo pluralidad, sino universalidad.
Pero bueno, vayamos al concepto formal de "herejía": "doctrina contraria al dogma". No conozco ningún ultracatólico que haya demostrado en qué punto Pagola enseña algo contrario al dogma, entre otras cosas, porque Pagola es listo y ha eludido cuidadosamente toda cuestión dogmática.
De todos modos, ni Jesús ni San Pedro ni San Pablo conocieron ningún dogma cristológico. Los dogmas son fórmulas históricas. Y no concibo que se pueda anunciar hoy el Evangelio de Jesús a la inmensa mayoría de los hombres y mujeres de hoy sin revisar -con libertad, con riesgos, y a fondo- todos, todos los dogmas cristológicos, que son de otros tiempos muy distintos. El evangelio no se juega en esas fórmulas y en sus interpretaciones.
Ha vivido usted en su propia familia la herida de ETA. ¿Cómo se siente, tras el anuncio de que los terroristas dejan las armas?
Me siento inmensamente aliviado, como casi todos los vascos y vascas. ¡Lo hemos esperado tantos años, demasiados! ¡Se ha sufrido tanto por todos los lados! En cuanto a mi familia, sí, ha sufrido también directamente la violencia de ETA: un cuñado mío, marido de una hermana mía, es guardia civil, y la casa donde vivían fue seriamente dañada por una bomba en junio del 1991, y antes y después han vivido con miedo, y toda la familia con ellos. Y amigos de la familia han sido asesinados por ETA. Pero también hay miembros de la familia que han sufrido injustamente cárcel y tortura.
De todos modos, cada víctima es única, tiene su padre, su madre, su marido, su mujer... Se pueden contar las víctimas, "tantos de este lado, tantos del otro", y tal vez habrá que hacerlo. Pero lo importante es que no haya más víctimas, y tratar de curar y cuidar en lo posible a todas las que ha habido, a cada una en particular, más allá de bandos.
Aprovecho la ocasión que me ofrece para referirme a algunos comentarios sobre mí que aparecen reiteradamente en Religión Digital. Por ejemplo: que nunca he defendido a las víctimas de ETA. Es absolutamente falso. O que enviaba "todos mis escritos" al "diario proetarra GARA". También es enteramente falso. Nunca lo hice, salvo dos artículos que envié a todos los periódicos del País Vasco y que publicaron casi todos ellos: cuando me rebelé contra la prohibición de predicar, enseñar y escribir por parte de Mons. Munilla en junio del 2010 y cuando decidí dejar la Orden en agosto del mismo año. Si GARA publicó otros artículos míos -no lo sé; otros periódicos sí lo han hecho-, será porque los tomó de Internet.
¿Ha llegado la hora de que ETA pida perdón a las víctimas?
La cuestión del perdón es demasiado personal e importante para que se la utilice con intereses torcidos. Creo que nadie que haya hecho daño curará su memoria y se reconciliará consigo mismo mientras no reconozca el daño y de alguna forma diga: "Lo siento. ¡Perdón!". Y nadie que haya sufrido el daño, sea quien fuere, curará sus heridas mientras no perdone sinceramente, es decir, supere el odio y la venganza, y vuelva a confiar en cuanto pueda en el que le hizo daño.
Todo eso requiere tiempo. Y el perdón ni se puede imponer ni exigir. Los políticos debieran estar a la altura y tener la grandeza para facilitar, en vez de obstaculizar, este proceso de curación de todos los que han hecho daño y de todos los que lo han sufrido.
José Manuel Vidal
Religión Digital