EL SECRETO DEL SUEÑO
Dolores AleixandreEstábamos asando peces a la orilla del lago, más sosegados ya después de la tensión vivida la noche anterior, cuando se había desatado una de esas galernas que acontecen inesperadamente y nuestra barca había estado a punto de hundirse.
Ya más relajados, recordábamos la situación vivida: unos remando con todas nuestras fuerzas, otro sujetando el timón y otros achicando el agua, todos angustiados y llenos de temor ante un viento y unas olas que parecía iban a tragarnos. Todos menos uno, Jesús, que dormía tranquilamente en popa con la cabeza apoyada sobre un rollo de cuerdas.
Al principio no nos atrevimos a despertarle, pero como la tempestad arreciaba y temíamos ya por nuestras vidas, le gritamos y hasta le zarandeamos hasta que despertó y se puso en pie, con tanta serenidad que se diría que hasta el mar y el viento se contagiaron de ella y fueron amainando su cólera.
Luego, ya en la playa, había desayunado deprisa y se había retirado a orar en soledad, como era su costumbre.
En nuestra conversación, continuábamos dando vueltas a la tormenta y Pedro dijo que no podía comprender cómo el Maestro había podido seguir durmiendo sin enterarse de lo que estaba pasando. La opinión de casi todos era que estaba rendido por el cansancio después de haber madrugado tanto, caminado un largo trecho y atendido a tanta gente que solicitaba su atención.
Pero fue Juan quien dio una interpretación diferente:
"¿No recordáis la parábola que contó el otro día sobre el hombre que echó semilla en la tierra? Me llamó la atención que dijera precisamente que daba igual que el hombre durmiera o estuviera en vela: de noche o de día la semilla germinaba y crecía por sí misma sin que él supiera cómo. Cuando yo le pregunté luego a solas por qué había hablado precisamente del sueño de aquel hombre, me dijo:
"- Imagina a ese hombre sentado junto al lindero de su campo en el que aún no aparece ni una brizna de hierba. Para los demás, aquel campo está vacío, pero él está ya contemplando las mieses ondeando en él. No es un iluso: la apariencia da la razón a los que miran superficialmente, pero la realidad se la da a él que ha sembrado ese campo y confía en el dinamismo oculto de las semillas. ¿No es algo así la confianza en el Padre?".
La explicación que nos daba Juan nos dejó pensativos y fue Santiago quien recordó las palabras del profeta Isaías que habíamos escuchado recientemente en la sinagoga:
"Como el cielo está por encima de la tierra,
mis caminos son más altos que los vuestros,
mis planes más que vuestros planes,
Como bajan la lluvia y la nieve del cielo,
y no vuelven allá sino después de empapar la tierra,
de fecundarla y hacerla germinar,
para que dé semilla al sembrador y pan al que come,
así será mi palabra, que sale de mi boca:
no volverá a mí vacía,
sino que hará mí voluntad y cumplirá mi encargo" (Is 55, 9-11)
Y yo creo que eso es lo que le pasa a Jesús: que está tan convencido de la fuerza que tiene esa palabra que escucha del Padre y luego él va sembrando, que está libre de toda inquietud y duerme profundamente y sin sobresaltos.
Susana recitó también lo que decía un orante sobre el sueño:
"En paz me acuesto y enseguida me duermo,
porque sólo tú, Señor, me haces vivir tranquilo". (Sal 4,9)
Volvió Jesús después de un tiempo a reunirse con nosotros y se sentó a comerse el pez que habíamos guardado para él. Y sonrió cuando le dijimos que entre todos habíamos descubierto el secreto de por qué era capaz de dormir tan sosegadamente en medio de las tempestades de la vida.
Dolores Aleixandre
(Un tesoro escondido. Las parábolas de Jesús. Ed CCS)