LA MUJER DE LOS PERFUMES
Sandra HojmanUna de esas escenas de intimidad profunda, tan tuyas, que nos conmueven el cuerpo. En Marcos es una desconocida que irrumpe en la casa de Simón, el leproso sanado, que ni por haber experimentado tu mano de ternura comprende demasiado los gestos de la "intrusa".
La comunidad de Juan suaviza un poco el escándalo, y sitúa a María de Betania con el perfume de nardo en tus pies. Vos buscando aliento en ese hogar de gente amada, entre ellos esta mujer que conoce su lugar en tu vida y cuánto gozas de los encuentros y las largas conversaciones. Esos pies tuyos a los que se sentaba y seguramente habrá rozado tantas veces; te habrá sacado las sandalias con ternura, habrá desatado una a una las tiras de cuero para descansarte del camino, para hacerte sentir en casa luego de tanta intemperie.
A tus pies, habrán sido cientos las tardes, los anocheceres de algún equivalente del mate, corazón en las manos para que el otro lo acune. Tan intenso que Marta desaparecía en su tarea imparable y sólo a fuerza de quejas se hacía visible. Vos y ella, encuentro, fecundidad compartida. Cuántas veces habrá recibido, puro oído y manos, tus dudas, tus descubrimientos, tus temores y celebraciones; y cuántas te habrá entregado su vuelo bajo de entrecasa, su espíritu de Hestia, la hondura de su contemplación de lo mínimo. Cuántas veces habrán bebido del mismo cáliz anticipando la Cena, comunión hecha mirada, voz entregada, profundidad de palabras donde zambullirse juntos. Cuántas tardes como ésta.
Esta vez, el derramamiento final. Tanta intensidad de dolor y amor, de esperanza y nostalgia que no pudo aguardar la soledad y allí nomás, delante de todos, te prodigó el perfume como si brotara de su mismo seno: líquido para el buen parto, océano que suavizara tu miedo y te meciera por última vez; sabiéndote cerca y en partida, "a mí no me tendrán siempre". Fluidos que te alientan a seguir y te la dejan pegada en el cuerpo, para que huelas a ella por donde andes, para que sientas esa compañía que te suelta sin dejarte... así se despide, hasta la vuelta, hasta nunca tal vez, sin saber si algún día recogerá el abrazo. Así te ve partir, se parte como botella ella misma y se va con vos.
La sabiduría para quebrar el frasco en el momento justo, cuando llega el alumbramiento de la historia: para que no sea aborto ni hemorragia inútil. Todos sus sentidos al servicio de reconocer las señales, para derrocharse en el instante preciso. Para entregarlo todo, hacer experiencia del vacío, para que toda su simiente se derrame en la mesa común, se haga una con el cosmos, desaparezca y se reencuentre en el sueño de comunión universal fecundado en los encuentros con su Maestro. Lanzarse a escribir historia nueva, en sus propios márgenes y en los márgenes existenciales, sociales, de las vidas de tantos; soltando su aroma en lo colectivo sin sostenerle la cola, sin temer que se pierda, sin miedo a la disolución. En la convicción de que sos el garante de sus esencias: de su fuego sagrado que huele a palo santo "que no hiere y perfuma", y a pelo lavado con jabón blanco y secado en la humareda. Soltar amarras e irse con vos, al viento de tu intensidad, sin desentenderse de las raíces. Ella misma, un frasco que se quiebra; aroma eterno en recipiente de barro.
Que su fragancia te impregne, Humanidad, y mitigue unos días el olor de la sangre y el vinagre, que la huella de sus manos te preserve de los latigazos y ponga freno a los clavos, y duelan menos esos pies ungidos de su amor.
Sandra Hojman