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DE POLÍTICA Y RELIGIÓN...

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Sin pretender erudición en la materia, me atrevo solamente a preguntar: ¿Qué pasaría si, en vez eludirlo, fomentamos más el diálogo, que incluya e integre la política y la religión? Desde luego, no al estilo violento del convencimiento y la crispación ante la diferencia, que termina en la temida bronca y el rompimiento. La intención de la pregunta va más en la línea de motivar el estilo cristiano de diálogo; el de amar, al amigo y al enemigo, el de escuchar y desear sinceramente, no tanto tener la razón y con-vencer, sino encontrar la verdad y caminar juntos el camino de vida plena.

Es verdad que muchas personas se sienten prevenidas y predispuestas contra esta asociación de ideas: Política y religión Cristiana. Ciertamente, la historia nos recuerda muchas desagradables y penosas consecuencias de haber mezclado equivocadamente la religión con el poder que corrompe, el enriquecimiento que empobrece y la violencia que excluye. La Iglesia aún pagamos factura, por pactos y alianzas con gobiernos e intereses particulares, que nos han distanciado del camino, la verdad y la vida que ofrece el Evangelio.

Pero, no por haber pecado y cometido errores, hay que desistir: Más política desde la fe cristiana, y más fe cristiana desde la política cotidiana.

Ojo, primero necesitaríamos purificar un poco (por así decirlo) la palabra «política», de manera que no la asociemos tanto con los apasionamientos partidistas, que buscan atraer votos para ganar poder, ni con las ideologías exasperadas, que nos tienen en esta espiral de violencia, aparentemente imparable. La pretensión es que política vuelva a significar la dimensión pública de la vida humana, el nosotros ciudadano y mundial, del que somos parte.

Por otra parte, al hablar de «fe cristiana», sería bueno también liberarnos de la predisposición a las normativas rígidas, que sofocan la libertad de creer y la libertad mientras se creer. Aquí hay que recuperar el significado de la religión, como la espiritualidad, iluminada por la sabiduría de la tradición; y la tradición, iluminada por la vitalidad de la espiritualidad, la que ahora mismo se está haciendo presente por medio de diferentes signos y manifestaciones en todo el planeta.

Eso implica fomentar que la motivación central no sea aspirar al poder. Si no nos permitimos coquetear con aquello que sí nos complace o más nos convenga del sistema actual, pero tampoco nos permitimos quedarnos en la anomia y la apatía, sino que intentamos participar, sumando nuestra voz; y fomentando la motivación de la ayuda y el bien común, quizá entonces podamos dar más auténtico sentido político a la vida de fe y, parafraseando a Luis Guitarra, consigamos juntos que todo sea de todos.

Quizá si hubiera más fe cristiana en la política y más política en lo cotidiana de nuestra vida espiritual, entonces los indicios esperanzadores serían más visibles y contundentes. Quizá podríamos diseñar más caminos, que nos alejen del modelo voraz y destructivo que impera en el mundo, y nos acerquen más a la lógica del Reinado del Dios de Jesucristo. Quizá haríamos más probable que ya no fueran unos pocos intereses particulares, embrutecidos de avaricia, los que impusieran las leyes y las penas en el planeta...

Una política con más conciencia cristiana, sería (desde mi humilde punto de vista), eficaz para administrar los recursos a favor del bien común (OJO: ¡Común!)

Una política más de proponer que de imponer.

Una política más de dar cauces que de reprimir.

Una política más de expresar sin atacar.

Una política más de diferir sin excluir.

Una política en la que el disenso no provoque paranoia.

Una política en la que el consenso sea una habilidad más común.

Una política en la que los que representan, representen; y los representados sepamos hacernos presentes.

Una política transparente, en la que la honestidad no sea una fantástica idea.

Una política cuyos modelos estén permeados por los valores del evangelio, en la que haya cuyas consignas públicas como: No es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita; no tanto vencer y convencer, sino darse y amar; no es feliz quien se sacia sino quien comparte; los fuertes, al servicio de los débiles... etc

Para eso, la fe cristiana no ofrece el modelo específico de ciudad, sino que ayuda a educar las motivaciones y a formar la conciencia de quienes proponen y llevan a cabo esos modelos.

La fe cristiana ayuda a que las personas, en vez de aspirar al poder, para ob-tener más beneficios individuales, seamos capaces de vivir con visiones más integrales y sanas.

La fe cristiana libera de la compulsiva necesidad del crecimiento ilimitado y el beneficio piramidal, para apostar por el altruismo y el bien común (pienso en lo que Enrique LLuch nos está aportando a la reflexión).

La fe cristiana claramente dice «no» a la violencia, en cualquiera de sus muchas y variadas formas y matices (mucho ojo con esto) y, desde el espíritu de Jesús de Nazaret, busca primero, en todo y ante todo, el Reino de Dios y su justicia, aprendiendo del que es manso y humilde de corazón.

Que la política tenga más conciencia, y quienes la ejercen, más decencia.

Que la espiritualidad cristiana tenga más presencia, y quienes queremos vivirla, más consistencia.

¿Podemos visualizar un modelo político con base en la misericordia y la solidaridad?

¿Podemos visualizar propuestas políticas en las que se incluyan valores como la fraternidad, la rectitud, el amor al prójimo, la reconciliación, la mesura, la sobriedad y la paz, fruto de la equidad y la dignidad?

¿Podemos impulsar más, en todos los ámbitos (familiar, académico, laboral, cultural, pastoral) una educación que integre los valores del evangelio con la dimensión política?

¿Podemos las personas adultas cristianas, formar conciencias más ciudadanas; críticas, honestas y sensatas?

¿Podemos promover liderazgos, individuales y colectivos, cuya identidad cristiana, en vez de chirriar, armonice y ayude a armonizar nuestra compleja pluralidad?

Confío que en esta sintonía estamos cada vez más personas en el mundo, y que a esta sencilla reflexión se pueden sumar muchas ideas lúcidas y más concretas, que nutran nuestra inteligencia política, y nos devuelvan el derecho de vivir, integralmente, la dimensión política y la fe cristiana.

 

Rogelio Cárdenas, msps

"Ante todo, contemplativos, y, por eso, hombres de acción" (Félix de Jesús Rougier, MSpS)

http://rogeliomsps.blogspot.mx/

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