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MATEO 23 O LAS “VERDADES” DEL NAZARENO

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En la cátedra de Moisés y en el primado de Pedro han tomado asiento los letrados y fariseos, los monseñores y eminencias, los doctores del derecho canónico y los padres de la Iglesia. No imitéis sus obras, porque ellos dicen, pero no hacen.

Lían fardos pesados y los cargan en las espaldas de los demás, mientras ellos no quieren ni empujarlos con un dedo. Atascan con normas y leyes la libertad de la razón y del pensamiento. Se les llena la boca hablando de la familia pero desconocen lo que significa tallar con las crisis vitales de los hijos, ni quieren saber nada del compromiso conyugal, sobre el que pontifican simplificando a diestro y siniestro. Sientan pauta y consejo sobre problemas de los que ellos se desmarcan, sin admitir infinidad de matices abiertamente humanos que ellos tachan de “relativismo”. Imponen una represiva y estricta moral sexual bajo pena del infierno, sin haber comprendido todavía que el sexo no es algo sucio o limpio, sino simple expresión de amor o de desamor.

Todo lo hacen para llamar la atención de la gente: se ponen cintas anchas en la frente y borlas grandes en el manto; gustan del oro y la seda, del fino paño negro y de la púrpura escarlata. Celebran liturgias disfrazados con extraños y llamativos ropajes para dejar bien claro que ellos son el principio y el fin de la asamblea, y detentan su poder sobre las conciencias bajo el realce de la mitra y la empuñadura del báculo. Les encantan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas. Se sienten cómodos alzando los brazos desde los balcones vaticanos como los más rancios dictadores, aclamados por la muchedumbre acrítica, simplemente sedienta de salvación. Pisan alfombras entre mármoles y platas, mientras muchos de sus ¿hermanos? pugnan un día más por la simple supervivencia. Comparten tronos y tribunas con los poderosos del mundo, y a veces hasta con los señores de la guerra. Gustan de que les hagan reverencias por la calle, besen sus anillos y se arrodillen ante ellos, y que la gente los llame “señor mío”.

Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “señor mío”, pues vuestro maestro es uno solo y vosotros todos sois hermanos; y no os llamaréis “padre” unos a otros en la tierra, y mucho menos “santo padre” al más prevalente de vosotros, pues vuestro Padre es uno solo, el del cielo, y sólo a Él le es dado el aura de la santidad. El más grande de vosotros será servidor vuestro. A quien se encumbra, lo abajarán, y a quien se abaja, lo encumbrarán.

¡Ay de vosotros, letrados y fariseos, monseñores y eminencias, teólogos oficialistas y doctores canónicos, padres y jerarcas de la Iglesia, hipócritas, que les cerráis a los hombres las puertas del Reino de Dios! Porque vosotros no entráis, y a los que están entrando tampoco les dejáis. Marcáis con el signo de la sospecha a quienes no son “de los vuestros” y a quienes piensan “distinto”. Negáis la entrada a quienes cuestionan vuestras imposiciones, a quienes preguntan lo que no entienden, a opciones que consideráis “de izquierdas” o a los que apuestan por amar de maneras diferentes. Consideráis a la mujer en un rango espiritual por debajo del hombre, y reducís su aportación de fe a la ñoñería, la sensiblería y la servidumbre, sin haberos enterado aún de que las prostitutas os precederán (ya os preceden) en el Reino de Dios. Y no disimuláis el convencimiento excluyente de que sólo la religión (la vuestra, claro) da paso a la vida eterna, trasladando así al mismo Dios vuestra mezquindad, vuestra falta de generosidad y vuestra invalidez para amar y perdonar.

¡Ay de vosotros, letrados y fariseos, purpurados y cabezas apostólicas, guardianes de la ortodoxia y estirados vaticanistas, hipócritas, que recorréis mar y tierra para ganar un prosélito y, cuando lo conseguís, lo hacéis digno del fuego el doble que vosotros! Recogéis y amparáis a lo más granado del integrismo lefebrista, a ultra-romanos inquisidores y anglicanos reaccionarios; construís prelaturas personales para ortodoxos recalcitrantes, mientras negáis el pan y la sal a los críticos estructurales y a los apóstoles de la liberación.

¡Ay de vosotros, guías ciegos, que enseñáis: Jurar por el santuario no es nada, pero jurar por el oro del santuario obliga! ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más, el oro o el santuario que consagra el oro? ¿Qué es más, la ofrenda o el altar, que hace sagrada la ofrenda? ¿Qué es más, la esencia o el símbolo trasnochado? ¿La Eucaristía encarnada en el pueblo de Dios y en su propia expresión, o la santa misa ajustada a liturgia gélida y milimétrica? ¿La asamblea cristiana o la exuberancia de templos y catedrales? ¿Las cruces engalanadas de oro y piedras preciosas, o el sacrificio cotidiano de los crucificados?

¡Ay de vosotros, letrados y fariseos, conferencias episcopales y colegio cardenalicio, prelados prepotentes, hipócritas, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la Ley: la justicia, el buen corazón y la lealtad! Os ocupáis primero de vuestra subsistencia financiera para permanecer ajenos a la pobreza. No dudáis en utilizar los soportes del poder político para asegurar vuestras recaudaciones, mientras le reprocháis con descaro que se cuestionen vuestros infinitos privilegios sociales. ¡Y aún proclamáis con desvergüenza que sois perseguidos! Realizáis oscuras inversiones con las aportaciones de vuestros fieles, a quienes ocultáis sus maneras y formas así como sus ¿sonrojantes? resultados. En cambio, sois laxos en la defensa de los nadies, indolentes con los abusos de los poderosos y tolerantes con las estructuras de injusticia. Ocultáis vuestro corazón a los que consideráis “pecadores”, olvidando vuestra lealtad a la propuesta de perdón del Hijo del Hombre. ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Pastores irresponsables que coláis el preservativo y os coméis el SIDA que aún entierra la vida de los más pobres! Condenáis al fuego eterno a quien come chorizo un viernes de cuaresma y aprobáis el consumo desmesurado e insolidario de ricos y acomodados. Negáis la comunión a los divorciados que sólo buscan una nueva oportunidad para amar, pero la ofrecéis a dictadores asesinos simplemente por declararse católicos, apostólicos y romanos. Os atrevéis a prohibir la hostia sin gluten a los celíacos y acomodáis vuestras dispensas, bulas e indulgencias a los férreos defensores de vuestra estructura eclesial. Salís a la calle para defender y mantener vuestra religión de poder en las escuelas, pero ignoráis el grito contra la guerra o el ataque y la humillación al extranjero inmigrante.

¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, varones ministeriales y autodeclarados únicos detentadores de la Revelación, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras dentro rebosan de robo y desenfreno! Vosotros, que señaláis públicamente a la mujer que aborta sin más consideración o al homosexual que declara su instinto y su opción de conciliarlo, mientras escondéis a vuestros pederastas y abusadores sexuales año tras año y destino tras destino. ¡Ay de vosotros! Que presumís de celibatos bruñidos e inmaculados y desautorizáis a los clérigos que declaran honestamente su propuesta de sexualidad, mientras vosotros dais rienda suelta en la oscuridad a vuestros desahogos sexuales (¿os creéis, acaso, hechos de otra pasta?). Que no mancháis vuestra mano derecha con el manejo directo de la riqueza, pero desconocemos lo que hace con los dineros vuestra mano izquierda. ¡Fariseo ciego! Limpia primero la copa por dentro, que así quedará también limpia por fuera. Reconoce tus miserias y pide perdón por ellas, que así las acogeremos y las depuraremos entre las miserias de todos.

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, príncipes de la Iglesia y tribunales del santo oficio, hipócritas, que os parecéis a los sepulcros encalados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos de muerto y podredumbre; lo mismo vosotros: por fuera parecéis honrados, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y de crímenes. Mantenéis incólumes vuestros templos, íntegras vuestras encíclicas e inmaculada vuestra presencia. Os camufláis tras turbios y complicados entramados teológicos que no los entiende ni el mismo Dios. Utilizáis técnicas de marketing y medios de comunicación al uso para manipular la buena fe de las gentes, condicionadas por su fragilidad y ávidas de fe y de seguridades. Y tras la fachada de vuestro inmenso decorado ocultáis el vacío y la mentira, el secretismo de todo lo que pueda comprometer vuestro tinglado, la falta de fe, la desesperanza y la hiriente verdad de vuestra historia.

¡Ay de vosotros, letrados y fariseos, ilustrísimas y colegiados, santidades y primados, hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos, diciendo: Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres no habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los profetasY así pretendéis excusaros rescatando justos de vuestras propias hogueras inquisitoriales, rehabilitando a quienes dan su vida por causas que en otro tiempo despreciasteis, reponiendo a mentes y espíritus preclaros a los que simplemente ignorasteis, ensalzando a profetas de los que abominasteis por considerarlos “peligrosos” y contaminados de Satanás. Con esto atestiguáis, en contra vuestra, que sois hijos de los que asesinaron a los profetas. ¡Pues colmad vosotros la medida de vuestros padres! ¡Culebras, camada de víboras! ¿Cómo evitaréis la condena al fuego?

Mirad, para eso os voy a enviar yo profetas, sabios y letrados: a unos los mataréis y crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad. Allá quedarán en soledad los que, luchando por la justicia, abandonasteis en manos de sus asesinos. De otros marcaréis con vuestra indiferencia su obra de generosa entrega a los desvalidos, por considerarlos amancebados. Dispondréis gestos admonitorios públicos contra los que decidan, con sus aciertos y errores, ponerse al lado de su pueblo pisoteado. Apartaréis de sus clases, sus cátedras y sus sustentos, a quienes ofrezcan aspectos de Dios más cercanos, pero rechazados por vuestro magisterio. Silenciaréis y depuraréis a los críticos y a los heterodoxos. Y echaréis mano de la condena, el anatema y la excomunión siempre que entendáis que se amenaza vuestro aparato eclesial. Así recaerá sobre vosotros toda la sangre inocente derramada sobre la tierra.

¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Roma, Roma, que sistemáticamente rechazas el vino nuevo que reventaría tus odres viejos! Tembláis de miedo ante la irrupción del aire puro y limpio que ventile los siniestros rincones de nuestra anciana Iglesia y se lleve la podredumbre acumulada de tantos siglos, y cerráis puertas y ventanas con cancelas al Espíritu de Dios. ¡Cuántas veces he querido reunir a vuestros hijos como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas, pero no habéis querido! Vosotros, que sólo sois capaces de unir en el miedo al fuego eterno, disfrazáis el cisma con juegos de mano ecuménicos en los que sólo guardáis “vuestra verdad”. Nos hace falta otra casa de Dios, mucho más de todos y menos de sus administradores. Con más ternura y menos dogma. Con perdón a fondo perdido. Con la renuncia explícita al poder y la gloria. Con el corazón abierto y la ley del amor. Con la confianza infinita en Dios y su obra. Con el respeto a lo diverso y sus formas de expresión. Con mucha más sencillez formal y sin dobleces interiores. Pues mirad, vuestra casa se os quedará desiertaEl Padre no mira como vosotros y todo se derrumba. Se desvanecen vuestras líneas y el desencanto impregna la vida de fe. Se deshacen vuestras vocaciones y habéis perdido el rastro del mundo. Y os digo que no volveréis a verme hasta que exclaméis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

 

José Luis Vilanova Alonso

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