DE LOS LABIOS AL CORAZÓN, DE LA RELIGIÓN A LA ESPIRITUALIDAD
Enrique Martínez LozanoMc 7, 1-23
El conflicto de los fariseos con Jesús se centró en cuestiones relativas a la imagen de Dios, al carácter absoluto o no de las normas religiosas y descendió incluso hasta las llamadas normas de pureza.
De un modo esquemático, podría resumirse en estas contraposiciones: la gratuidad frente al mérito; el valor de la persona por encima de la ley; y el cuidado de la interioridad frente a la absolutización de las tradiciones.
En el texto que leemos hoy, Jesús trae un texto del profeta Isaías, que desnuda radicalmente cualquier pretensión de absolutismo religioso: “La doctrina que enseña son preceptos humanos”.
Las religiones han sido (son) muy reacias a reconocer algo que, sin embargo, resulta obvio: todas ellas son construcciones humanas. Nacidas a partir de la enseñanza de algún personaje especialmente carismático, a quien le fue dado “ver” más allá de lo habitual, no son otra cosa que el intento de plasmar aquellas intuiciones místicas.
Dicho de un modo más amplio: toda religión es una construcción humana, con la que se trata de vehicular el anhelo espiritual que habita al ser humano y que constituye una de sus dimensiones fundamentales y, por tanto, irrenunciable. El humano es un ser habitado por un misterio mayor que él mismo. A la capacidad para reconocer esa dimensión profunda se la empieza a nombrar ahora como “inteligencia espiritual”.
El problema surge cuando aquella construcción humana –cualquier religión- se absolutiza, hasta el punto de pretender identificarse con la verdad, presentarse como mediadora exclusiva con el Misterio y puerta de entrada obligada para acceder a lo que denomina “salvación”. Cuando ello ocurre, por decirlo en palabras del propio Jesús, los responsables religiosos ni “entran a la vida” ni dejan entrar (Mt 23,13).
Una religión absolutizada se hace indigesta y provoca automáticamente rechazo en las personas más libres, lúcidas y abiertas, que se rebelan contra la imposición, el autoritarismo y cualquier pretensión exclusivista (y, por tanto, excluyente).
Y en la medida en que las personas crecen en espíritu crítico, descubren con facilidad que, tras la fachada de solemnidad con la que suelen revestirse, se esconde la misma debilidad humana que con frecuencia ellas mismas condenan.
Toda doctrina es humana, viene a decir Jesús, citando a Isaías. Y no puede ser de otro modo. Incluso lo que se proclama como “palabra de Dios” –por más que haya un modo “adecuado” de interpretar esa expresión- no son sino conceptos humanos elaborados en un contexto histórico y sociocultural que los condicionaron.
La prioridad no corresponde, por tanto, a las doctrinas cuanto al corazón. Porque suele ocurrir algo que resulta llamativo: a mayor insistencia en las doctrinas, más frialdad en el corazón. Este parece ser el reproche que Jesús dirigía a los fariseos, es decir, a las personas que tienden a absolutizar la religión: se “honra a Dios con los labios” (los rezos), pero el corazón está apagado.
La invitación a “tener el corazón cerca de Dios” podría traducirse de este modo: vivir conscientes de nuestra verdadera identidad, en conexión con lo que realmente somos –esa es la dimensión específicamente espiritual-, lo cual nos abrirá a una vivencia abierta e inclusiva, humilde y tolerante, gozosa y compasiva…, a partir de la Unidad radical en la que nos reconocemos.
Enrique Martínez Lozano