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Libro de la biblia

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ECHARLE GANAS

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En una atmósfera en la que, a ratos, parece que crece globalmente una cierta hostilidad hacia la Iglesia católica; desde fundamentalismos religiosos, ideologías crispadas e incluso desde las propias divisiones enrarecidas de la propia casa, no deja de ser, cuando menos digna de llamar la atención, lo que, al menos consciente y explícitamente, parece una respuesta contundente: Misericordia y paz.

Algo así, es lo que queda resonando, de la reciente visita del papa Francisco a México, en febrero de este año, en millones de personas, en quienes resuenan los gestos y palabras, de un hombre a quien, por su calidad humana y pastoral, algunas pocas voces califican como seductor y otras muchas, como la emergente y urgente renovación del Evangelio en la Iglesia.

Llegó a este caldeado país, presentándose como el obispo de Roma, que viene en calidad de misionero de misericordia y paz. Para una población infestada de miedo, secuestrada por el crimen, y muy afectada por las consecuencias de la corrupción y la creciente inequidad económica y social, la presencia de Francisco ha motivado variadas e interesantes reflexiones y acciones. Porque, con algunos en contra y la mayoría a favor, parece que a nadie le ha sido indiferente.

El papa dejó muy claro, en primer lugar, que vino a compartir la fe en Jesucristo, a celebrar y estar cerca de la gente. Le vimos sonreír, conmoverse, orar en silencio, celebrar con devoción, abrazar y animar. Incluso, pudimos verle, en algún momento, disgustado, ante algún gesto egoísta. No se molesta en ocultar su alegría, ni su molestia, su cansancio ni su paciencia, su asombro ni su desconcierto. Se muestra tal y como es; y eso, que mucha gente ha sido capaz de captar con inteligencia espiritual, es lo que le da credibilidad y autoridad (religiosa y moral) en una tierra tan sedienta de ella, independientemente de su potestad jerárquica, porque le hace humano y hermano...

Uno de los muchos momentos virales de su visita, fue la sencilla y elocuente consigna, que retomó del testimonio de Manuel (Un adolescente de 14 años, que padece distrofia muscular), que conmovió a millones (al mismo Francisco, en primer lugar): Manuel dijo con tono feliz: «Le echo ganas». Luego agregó: «Los adolescentes y jóvenes somos los consentidos de Dios», le dijo al papa, a quien con afecto y naturalidad, le ha llamado «papa amigo».

El papa en México ha sido eso; amigo y hermano en Jesucristo. Como tal, se encontró con políticos, obispos, sacerdotes, religiosos(as) y seminaristas; con familias y jóvenes; además de gente del sector de la cultura y del sector laboral. Visitó a pacientes hospitalizados, así como a indígenas, presos y migrantes. Para todos y para cada colectivo, ha tenido una palabra única, adecuada y fundada en la misericordia que viene de Dios.

Quedó también claro que no vino a complacer expectativas particulares. Se mantuvo fiel a su ministerio y al mensaje de paz cristiana que, a todas luces, le apasiona sobre todas las cosas. Por supuesto, ha habido reacciones de frustración y molestia, de parte de intelectuales y comunicadores, así como de gente de la cúpula política, e incluso de la jerarquía eclesiástica. Como suele suceder, no han faltado las críticas destructivas, burlas y ataques. Esto, sin embargo, no condicionó el comportamiento de Francisco, ni parece que haya conseguido mermar el cariño y la confianza de millones de personas.

Hubo gestos de mucha hondura evangélica y eclesial. Más allá de los diferentes discursos (todos ellos imperdibles y muy inteligentes), son sus gestos, los que llegan al alma colectiva. Por ejemplo, en Chiapas, dedicó un momento a visitar la tumba del obispo Samuel Ruíz, donde rezó en silencio y con devoción, como con devoción le vimos rezar a la Virgen de Guadalupe. Se sentó a compartir, con un reducido grupo de indígenas, comida de lo más sencillo: pollo y agua. Cantó con los jóvenes, echó unas risas con las familias, besó a los enfermos y nos pidió sin cesar: «recen por mí».

Respondió a quien le pidió una palabra de esperanza: «Me han pedido una palabra de esperanza, la que tengo para darles se llama Jesucristo»

En resumidas cuentas, ante los ataques desde dentro y desde fuera del ámbito eclesial, el papa encabeza una propuesta hondamente enraizada en el Evangelio: Que le echemos ganas a la vida y a actitudes cristianas, como el perdón, el cariño, el diálogo, la solidaridad, la paz y la justicia. Que hagamos como Dios, que siempre nos echa siempre ganas. Que no seamos egoístas, pero tampoco cedamos a las provocaciones. No pasa nada si nos sentimos enojados, pero tampoco podemos dejarnos llevar por el miedo ni dar rienda suelta a la ira. Nada fácil… ¿Le echaremos ganas?

 

Rogelio Cárdenas, msps

@RogelioMSpS

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