LOS POLÍTICOS, LA GENTE Y EL PORTAZO A LOS REFUGIADOS
José Ignacio CallejaNo sé si ustedes, pero yo tengo ganas de escribir de Europa ante los refugiados y los migrantes económicos que los acompañan, y no sé cómo hacerlo sin repetir los lugares morales más comunes. Lo sé. Volver a los lugares morales compartidos, los que representan el sentido común de la gente, es motivo de orgullo y guía para coger el camino bueno.
Hay que estar muy atento a la reacción espontánea de la gente de a pie ante las injusticias de la vida, porque en su debilidad capta con indudable instinto de qué va la cosa. La debilidad los hace próximos a las experiencias sociales más dramáticas por las que otros están pasando; las temen como propias porque, a poco que cambien las cosas, ellos podrían estar en su lugar.
Cuando el drama es tan absoluto, muchos podríamos estar en su lugar. ¿Todos? No. Si todos nos sintiéramos en su lugar, no habría problema; nos volcaríamos en una respuesta arriesgada y generosa. Pero no sucede esto, y debemos preguntarnos por qué. Y la primera respuesta, ésta: que bastantes, muchos parece, no quieren arriesgar una parte de su modo de vida privilegiado y no son gente que esté por una solución europea plena de humanidad en esta crisis.
Las últimas elecciones de los Estados alemanes ponen bien a las claras lo que piensa una parte de la gente, y Merkel, la señora Merkel ha tenido que cambiar su solidaria postura inicial. ¿Por qué? ¿Es que ha mutado su conciencia moral? No es eso. Es porque mucha gente le ha dicho que esa gestión de la crisis de los refugiados no la aceptan y que, de seguirla, no quieren que les gobierne.
¿Por qué hace bastante gente esto, por qué vota contra una acogida humanista y generosa? Unos, los que tienen mucho que perder, porque piensan que su modo de vida es innegociable; y otros, quienes tienen poco que guardar, porque temen perder eso poco con lo que sobreviven. Si sumamos una y otra gente, son bastantes los ciudadanos/gente que no están por la labor.
Por tanto, saquemos una primera conclusión. Los políticos pueden y deben hacer mucho más en una crisis como la presente, pero no quieren hacerlo porque los sectores sociales a los que pertenecen y los sostienen, no se lo reclaman; al contrario, les exigen una solución con costes limitados; y esto sí que no existe.
Nadie debe exculpar a los políticos de turno -tan torpes, tan crueles, tan egoístas, tan lacayos del capital-, pero son la viva imagen de sus grupos de electores: grandes sectores sociales que no aceptan los costes económicos que esto pueda tener. Y mira que a medio plazo puede ser un negocio redondo para una Europa envejecida. ¡Honra pues al político que arriesga todo por una salida tan justa, al cabo ventajosa, como acoger e incluir a dos millones de refugiados y migrantes!, pero ¿dónde está este mirlo blanco tan generoso y que lo sea contra sus electores naturales? ¿Dónde están los electores naturales que exigen de sus políticos acciones humanitarias que nos compliquen la vida a todos?
Pues sobre ambos frentes hay que seguir hablando. Porque la última palabra no es que nada se puede hacer, sino qué sabemos de todos nosotros para exigirnos cómo hacerlo, con quiénes y contra quiénes. Porque no existe el todos en todo, sino, a menudo, el muchos contra muchos, y esto democráticamente y presión social. Por eso es tan necesario trabajar con celo el concepto la gente y saber bien de qué lado están los grandes grupos sociales que la componen, y los partidos que la representan.
Estoy convencido de que muchas voces humanistas a favor de los migrantes y refugiados no están políticamente por la justicia social. Hay mucho grito de compasión en el ambiente, lo que nos honra como humanos, y poca opción social y política por la justicia, caiga quien caiga, y con sacrificio para nuestro modo de vida.
El pasado martes, 15 de marzo, Victor Órban, el presidente de Hungría, y alguien lo habrá elegido ¿no?, decía que "en Europa está prohibido decir que hoy no somos testigos de la llegada de refugiados, sino de una amenaza por la migración masiva... Está prohibido decir que esa inmigración trae crimen y terrorismo a nuestros país..., que suponen una amenaza a nuestra forma de vida, a nuestra cultura, costumbres y tradiciones cristianas..., que es una campaña preparada y orquestada para enviar hacia acá una inmensa masa de gentes... (Y concluía) Los pueblos de Europa parecen por fin entender que está en juego su futuro: no sólo su prosperidad, su bienestar y sus empleos, sino su propia seguridad y el orden pacífico de sus vidas... No vamos a tolerar que nos digan a quién tenemos que aceptar en nuestro hogar y nuestra patria, con quién hemos de vivir y compartir nuestro país».
Es el Presidente de Hungría. Alguien lo habrá elegido, ¿no? Y ¿piensa usted que otros gobernantes y sus ciudadanos votantes, una parte de la gente, están lejos de esto?
Por eso he de concluir, sin desanimar, pero volviendo a la idea que me mueve hasta aquí. La denuncia de la traición a Europa como proyecto social humanista está muy bien, pero hay que traducirlo a política y eso requiere de gente que arriesga por otros pueblos, en su modo de vida material y cultural; y esto significa apretarse para hacer hueco, y vivir con menos, de otro modo y todos con lo imprescindible.
Por eso pido problematizar nuestra mirada y reacción política ante lo que está sucediendo, cuestionar la buena conciencia con que los más honestos hablamos de estas catástrofes, y asegurar que a problemas complejos, corresponden respuestas bien urdidas, solidarias y firmes. Y sacrificadas; sin sacrificio no hay humanismo social en medio de la desigualdad. Hablamos de justicia.
José Ignacio Calleja
Religión Digital