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Libro de la biblia

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LA ESPAÑA QUE NOS ABRASA

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La hipocresía hecha razón frente al esperpento. Promesas permanentemente incumplidas, avasallamiento impositivo, secesiones y desafecto social que no se atajan en su raíz, mentiras que engatusan, soflamas para incendiar los ánimos, charlas de café que hacen pasar por programas de gobierno, vulgaridad en las ideas, incultura que se encastra en el poder, secuestro del interés público, ansia de mando oculta bajo capas de altruismo ficticio o patriotismo de boquilla, carencia de ideas que ilusionen al pueblo…

La sociedad va por un lado, los que lo [des]gobiernan por otro. Y como manto que todo lo cubre, el aprovechamiento de los cargos para sustento e incremento del propio peculio: el robo generalizado, el pillaje del patrimonio público. Con el agravante de que los que se presentan como honrados tratan de ocultar o exonerar por todos los medios la almoneda del país.

Robar es un concepto cualitativo que, lógicamente, la justicia trata cuantitativamente. Cualitativamente robar es un delito, se robe uno o se robe cien. Pero aquí y en las antípodas, es de suponer que no es lo mismo robar cien euros que robar un millón. No lo es para la jurisprudencia pero sí para el espectáculo de Televisión.

En esto del latrocinio generalizado está el efecto contagio, el efecto ejemplarizante. Todos roban lo que pueden. Cuanto más altos en el escalafón, mayor cantidad. Y dado que robar grandes cantidades sale gratis, todos se sienten tentados a ello, desde los de arriba hasta los de abajo. Si uno roba cien euros y ve que no pasa nada, la próxima vez serán mil. Y así hasta convertirlo en negocio familiar. La honradez se tapa la cara de vergüenza ante el espectáculo al que estamos asistiendo.

Vivimos instaladas en una permanente alarma social. Lo que antes era motivo de agravamiento de penas, hoy es ambiente putrefacto que se ha hecho norma de vida. Ya no existe alarma social jurídica, existe como condicionante de un modus vivendi.

Descubrir el roto, por otra parte, se ha convertido, por obra y gracia de la Televisión, en un espectáculo de masas. Para dicho espectáculo parece que no importa la cantidad sino la cualidad. Lo relevante y digno de ser convertido en espectáculo es descubrir al personaje para hacerlo pelele de feria. Eso sí, si el tal personaje se deja, que no es el caso de los catalanes de pro.

Un robo solapa al anterior, aunque algunos sean suelo y telón permanente donde hozan los otros. En estas últimas semanas gozamos televisivamente de tres modelos similares: la familia de próceres catalanes Pujol; los concejales valencianos; y los ERE, cursos de formación y demás zarandajas de Andalucía.

Cualitativamente todos iguales. Pero asistimos a la feria del bochorno. Los Pujol y Ferrusola parecen intocables. Apenas unos segundos en televisión. Nada que pretenda perturbar la descansada vida de unos honorables jubilados sin osar atreverse a ofrecerles el descanso carcelario (por si acaso mueven el nogal y caen más nueces). Bajamos hacia el sur, por la carretera de la costa. Cientos de periodistas y cámaras persiguiendo a un concejal valenciano que ha declarado su culpabilidad por un importe de unos cuarenta mil euros; largos minutos de noticia de telediario. Y nos topamos con el baluarte andaluz. De forma casi grotesca nos presenta la Televisión el caso del concejal de Punta Umbría beneficiado con ayudas a la formación que ha desfalcado un mínimo de un millón de euros.

¿Son todos iguales? Parece que sí, pero todo al revés. Por gracia de los medios que informan, el robo de unos es espectáculo; el de otros, silencio; el sureño, chirigota. La cantidad no importa. La cualidad se elude merced a múltiples martingalas leguleyas.

¿Qué está fallando aquí? ¿Dónde está la ley que surge de la justicia? ¿Dónde los medios de información que desmenucen la verdad "verdadera"? Como no hay justicia, se violenta o soslaya la ley. Y en tanto, vivimos abrasados de indignación.

 

Humanismo sin Credos

Periodista Digital

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