MIEDO A SER DIFERENTES
Juan Jauregui“¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente”. (Jn 10,22-30)
Me gustan las personas “suspenso” que siempre crean dudas y preguntas.
Me gustan los cristianos “suspenso” que siendo como todos, sin embargo, se distancian porque despiertan interrogantes.
A Jesús todo el mundo lo veía como un hombre más, un galileo más.
Pero su vida desconcertaba a todos.
Su modo de hablar desconcertaba a todos.
Sus criterios desconcertaban a todos.
Su libertad de espíritu desconcertaba a todos.
Ante él solo quedaba hacerse preguntas:
¿Quién es?
¿Será él el Mesías?
¿No lo será?
¿Entonces cómo explicar su vida?
En una ocasión un amigo mío nos acompañó durante todo el día por el río. Al final del día exclamó: “Todo el día navegando. Siempre igual y siempre diferente”. Esto sucede cuando contemplamos un paisaje donde todo es igual, y uno termina diciendo ¡qué monótono paisaje! ¡Qué monotonía de viaje! Lo que en cada momento vemos es distinto, pero sigue siendo el mismo.
No me gusta nada ese paisaje eclesial de cristianos que, personalmente son distintos, pero todos son iguales. Un cristianismo monótono y aburrido. Por eso, me fastidia esa conocida frase: “hay que ser como todos”, “no se debe llamar la atención”.
Preferimos la vulgaridad de ser como todo el mundo a la originalidad de ser diferente.
Preferimos la monotonía de ser como todos y pasar desapercibidos en el montón, a llamar la atención por ser distinto a todos siendo como todos.
Jesús era “uno de tantos” como hombre.
Y sin embargo su presencia despertaba preguntas, interrogantes, dudas y hasta discusiones. Porque siendo “uno de tantos”, actuaba, pensaba y vivía un estilo único que lo diferenciaba de todos.
¡Qué aburrida la monotonía de los paisajes!
¡Qué aburrida la monotonía de los cristianos!
¡Tenemos miedo a ser diferentes!
Por eso mismo Jesús ante la pregunta insistente, responde con claridad:
El no se presentaba ni con grandes títulos, ni grandes capisayos.
Lo único que le acreditaba a Jesús “eran sus obras”.
“Las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio mí”.
Me gusta el comentario de J. M. Castillo, cuando a propósito de esto escribe: “Lo determinante en los hombres de la religión no es lo que dicen, sino lo que hacen”. Que la coherencia y la transparencia de la propia vida es lo que convence a la gente.
Porque las cosas de Dios no se demuestran con argumentos y razones, sino con ejemplos de vida al servicio de la dignidad y la felicidad de las personas.
Y de paso todo esto pone en evidencia lo engañados que andan los hombres de Iglesia cuando se creen que montando instituciones prestigiosas y levantando edificios nobles, con eso van a educar cristianos. A los humanos se les educa en la fe con “ejemplo de vida”, no con “instituciones impresionantes”.
No evangelizamos preparando grandes discursos.
Evangelizamos, cuando la gente puede leer y encontrarse con el Evangelio en el testimonio de nuestras vidas.
Evangelizamos, no cuando hablamos mucho, sino cuando la gente se hace muchas preguntas sobre nuestras vidas.
No son nuestros títulos los que nos acreditan como cristianos, sino la luminosidad de nuestra vida.
Juan Jauregui Castelo