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ISAÍAS 55, 6-9 / FILIPENSES 1, 20-27

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Domingo 25 tiempo ordinario

 

ISAÍAS 55, 6-9

Buscad al Señor mientras se le encuentra,

llamadle mientras está cercano;

que el malvado abandone su camino

y el criminal sus planes;

que regrese al Señor, y él tendrá piedad,

a nuestro Dios, que es rico en perdón.

Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos,

ni vuestros caminos son mis caminos

- oráculo del Señor ‑.

Como el cielo es más alto que la tierra,

mis caminos son más altos que los vuestros,

mis planes que vuestros planes.

"El Señor, rico en perdón", "mis caminos y vuestros caminos"... El texto acompaña con perfección el mensaje del evangelio. Es el final del "Segundo Isaías", escrito hacia el año 553 - 539, en Babilonia, fruto de la predicación de un profeta de la escuela de Isaías, que predicó a Israel en el destierro.

La misión de estos sermones es anunciar al pueblo que el Señor les devolverá a la tierra, pero no por medio de fuerzas políticas sino por el camino de la conversión. "Volved al Señor, y volveréis a la tierra. Vosotros no sabéis cómo, pero el Señor tiene sus caminos y cuidará de vosotros si le sois fieles."

Los versos que siguen son los que leímos el Domingo T.O. 15º:

Como bajan la lluvia y la nieve del cielo

y no vuelven allá, sino que empapan la tierra,

la fecundan y la hacen germinar,

para que dé semilla al sembrador

y pan para comer,

así será mi palabra, que sale de mi boca:

no volverá a mí vacía,

sino que hará mi voluntad

y cumplirá mi encargo.

.......

 

Con estos versos cobran más sentido los anteriores. Los planes del Señor son celestiales, pero eficaces. No sabe Israel cómo se fecunda el suelo por la lluvia, las semillas parecen muertas en el sequedal, pero de ellas brotará la vida a su tiempo, un tiempo que no depende de la voluntad del ser humano.

No es la voluntad del ser humano la que conduce la historia, aunque lo parezca. No está Dios ausente de la Historia, sino que sigue caminos que no entendemos, pensamientos que son más altos que los nuestros.

 

FILIPENSES 1, 20-27

Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte, pues para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia.

Pero si el vivir en esta vida mortal significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger... Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas, por otra parte, quedarme en esta vida es más necesario para vosotros.

Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo.

Hasta el domingo anterior hemos ido leyendo fragmentos de la carta a los romanos. De aquí en adelante (hasta el Domingo 29º) leeremos la carta a los Filipenses, los cristianos de la ciudad de Filippos.

Según Hechos 16, Filipos, en Macedonia, fue la primera ciudad europea visitada por Pablo, quizá la primera ciudad europea en recibir la Buena Noticia (hacia el año 49).

Allí se formó una comunidad cordial y generosa, que fue siempre muy querida por Pablo. La carta, escrita hacia el año 59 y probablemente desde Éfeso, se escribe para acompañar a un mensajero de Pablo, Epafrodito, y anunciarles que les va a enviar a Timoteo.

Se aprovecha la ocasión para hacer una serie de consideraciones personales, pues Pablo está al parecer preso y se explaya con los de Filipos ("para mí la vida es Cristo y morir es ganancia").

Sin gran unidad, la carta tiene pasajes muy bellos, y muy conocidos por su uso en nuestra Eucaristía.

Hoy leemos un magnífico texto, que nos muestra algo del alma mística de Pablo, enamorado de Jesús y ansioso por verle, por estar con Él.

Esta misma idea "Deseo ser liberado y estar con Cristo" está presente en Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola... en fin, de todos aquellos que, enamorados de Jesús, suspiran por el día en que puedan encontrarse, finalmente, cara a cara con Él.

Es un magnífico mensaje, muy especialmente para nosotros, que vemos generalmente la muerte con tanto recelo y, desde luego, más como algo temible que como un encuentro definitivo y feliz con Dios.

 

José Enrique Galarreta, S.J.

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