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LAS ACCIONES PREFERENTES QUE VENDE LA IGLESIA

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Cosa extraña es el que todo un Dios nos diga que uno pueda ser castigado con los mayores tormentos que imaginarse puedan y además por toda la eternidad, por cosas que a las personas normales parecen naderías. Y eso pensando en lo que es Dios: amor, padre, todo bondad, salvador y redentor, providente, que vela por sus criaturas...

Bien es verdad que una persona normal ni cree en eternidades ni menos en tormentos de esa calaña. Pero sucede que la persona normal siempre quiere saber más, se muestra inquieta por el conocimiento y no se contenta con lo que le dicen si sospecha o duda de que hay gato encerrado.

Y cuando piensa en todos aquellos que sí creen, y temen, toda esa sarta de irracionalidades, esa persona normal no puede dejar de preguntarse con estupor cómo es posible tal cosa. Les ve prisioneros y sojuzgados por los dictados de una sociedad de creyentes, la Iglesia, en la que se encuadran.

Digan lo que digan esos nuevos creyentes irenistas que se desligan de todo un conglomerado siniestro, el magisterio de la Iglesia lo afirma y ordena creerlo. ¿No es creencia obligada eso de que los primeros hombres pecaron contra Dios; que alguien murió para conseguir la reconciliación; que el que no crea sufrirá castigos extremos por toda la eternidad...? Ya, sí, el "buenismo" actual se desentiende de todo eso. Habrá que preguntar a Rouco emérito.

En cuestión dogmática ese magisterio de la Iglesia es infalible. Habla en nombre de Dios.

Volviendo a la persona normal, ¿cómo una institución tan respetable, al menos en apariencia, puede decir cosas tan extrañas sin aportar pruebas de ello? ¿Es que basta con creer para saber que son ciertas?

¿Por qué los creyentes no aplican su capacidad racional también a las creencias que siguen? ¿Por qué en otros aspectos de la vida sí se muestran "racionales" y en el mundo de lo religioso, no?

Pongamos un ejemplo de plena actualidad: las famosas "preferentes". En su momento a este impositor que quería sacar un mayor rendimiento a la herencia de sus padres, le dijeron que podía adquirir acciones preferentes, que eran lo mejor de lo mejor en cuanto a rentabilidad. Y confiado en la palabra, en la garantía que le ofrecía el experto, en la solvencia del banco, adquirió tales papeles envenenados. Y cayó en la trampa hasta perder todo lo que había invertido. Cuando comenzó a sufrir las consecuencias y le embargó la duda y se dio cuenta del fraude, ejercitó su derecho y demandó justicia. Esa persona que ejerció sus derechos de reembolso se guió por su sentido común, por su razón, "usó su cabeza".

En cuestión de sentimientos, la Iglesia es un inmenso conglomerado empresarial que vende acciones preferentes a mansalva. Y la Iglesia, como el Banco de turno, se muestra como institución garantista, solvente, que no engaña ni puede engañar. Y la persona que era normal se convierte en creyente.

Lo que es normal en la vida diaria, cual es comprobar la autenticidad de lo que le venden, no lo aplica a lo que la Iglesia vende. ¿Cómo es posible que una persona normal crea que deglutiendo un trozo de harina en forma de oblea consigue la fuerza necesaria para sobrellevar los sinsabores diarios o alcanzar la felicidad? ¿Cómo es posible que una persona normal crea que debe lavar un pecado que cometió el primer "homo sapiens" echando agua encima de la cabeza del recién nacido? ¿Cómo es posible que una persona normal pueda defender que una mujer puede quedar fecundada por un espíritu? Y así podríamos pasar por el resto de dogmas de obligada creencia.

En primer lugar y respecto a determinados dogmas de grueso calibre, admitirán los creyentes que haya quienes duden de ellos, que sospechen que nada de eso pueda ser cierto, como los adquirentes de acciones preferentes comenzaron a dudar cuando alguien aireó el timo. ¿Lo admiten, sin insultar al que duda? Decimos sin insultar, porque es en nuestro tiempo cuando uno ha podido expresar públicamente tales dudas: antes era llevado directamente al Tribunal del Santo Oficio y si persistía en ellas, a la hoguera.

¿Qué garantías tiene la persona normal de que esas verdades defendidas como ciertas, lo son? ¿La palabra de la Iglesia? Tal palabra tiene el mismo valor que la del honorable director de la sucursal bancaria.

 

Humanismo sin credos

Periodista Digital

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