CEMENTERIO DE NAÍM: QUIEN RESUCITÓ FUE LA MADRE
Juan MasiáAl escuchar el domingo pasado (Junio, 5, 2016) la Homilía del Papa Francisco, redescubrimos el vínculo que enlaza misericordia y resurrección. La misericordia resucita y la resurrección es clave del consuelo misericorde. Jesús no es un mago, decía Papa Francisco. Es la ternura de Dios encarnada, en Él obra la inmensa compasión del Padre”
En efecto, creer en la Resurrección y practicar la misericordia como Jesús es un milagro mayor que resucitar a un muerto. Como comentaba Francisco, “Jesús se acerca, toca el ataúd, detiene el cortejo fúnebre, y seguramente habrá acariciado el rostro bañado de lágrimas de esa pobre madre. No llores, le dice, como si le pidiera: Dame a tu hijo. Jesús pide para sí nuestra muerte para librarnos de ella y darnos la vida...”
Esta reflexión invita a meditar de nuevo el pasaje del cementerio de Naím, releyéndolo y reinterpretándolo en forma y estilo de “midrásh”.
Cuando se acercaba a las puertas de la ciudad resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; una considerable multitud de la ciudad la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió entrañablemente y, mientras la consolaba, tocó el ataúd, sin miedo a contaminarse. Luego, dirigiéndose al cadáver, dijo: -Joven, a ti te hablo, despierta y ponte en pie, camina entre las nubes hacia lo alto, al encuentro de Abba. Todos callaban sobrecogidos de espanto. La madre se emocionó: -Señor, me has devuelto a mi hijo... (Cf. Lc 7, 11-17)
En la duodécima milla desde el monte Tabor está el pueblo de Naím. A la salida del pueblo hacia el oeste, donde se cruza el camino de la costa con la senda que baja de los montes, un cortejo fúnebre se dirige al camposanto. Van a enterrar a un adolescente, hijo de madre viuda, ella desconsolada quiere acompañarlo hasta el final agarrada a las parihuelas donde el hijo de sus entrañas hace el último viaje. Sus primos tratan de separarla: “No toques mujer, no toques, que te haces impura”. Sus hermanos la persuaden para que regrese a casa: -Vuélvete, Sara, quédate con tus hermanas y las vecinas plañideras. Esto es cosa de hombres. Tú quédate en casa, de duelo.”
Venía en ese momento Jesús con sus discípulos por el sendero del Este. Se dio cuenta de la situación y se interpuso entre la viuda y sus parientes. – Cuánto lo siento mujer. ¡Cuánto le querías!, dice, y tomándola del brazo la lleva hasta la cabeza del cortejo y hace parar a los portadores. La mujer se abraza a los pies del cadáver. Jesús pasa su mano izquierda sobre el sudario, como si acariciara el cuerpo difunto, mientras su mano derecha sostenía el brazo de la madre.
Los parientes de la viuda murmuraban en voz baja. “¿Quién es éste que hasta se atreve a tocar un cadáver? Otros, fariseizantes, se escandalizaban: ¿Qué clase de maestro religioso es este que estrecha el brazo de una mujer y acaricia su mejilla?”
-Gracias, Rabí, dice la viuda. Diles que me dejen ir hasta la tumba.
-Sí, mujer, y nosotros iremos contigo y rezaremos a Abba que ya está abrazando a tu hijo en su seno.
La viuda se enjugó las lagrimas con el manto y levantó lo ojos al cielo.
“No moriré, viviré” dijo entonando el salmo del atardecer. Y Jesús se unió al rezo del salmo completando la frase: “Viviré en la Vida de la vida”.
El cortejo fúnebre se impacientaba. “Sara, no molestes más al maestro”.
Jesús, ignorándolos, siguió hablando con la mujer.
-Dime, Sara, ¿Cuántos años tenía tu hijo?
-35 años, Rabí.
-¿Te acuerdas? Hace 35 años y 6 meses, cuando lo llevabas dentro de ti, empezaba a moverse en tu interior, con las primeras pataditas...
-¡Vaya si me acuerdo!
-Por eso le llamas, con razón, “hijo de mis entrañas”. Pues mira, Sara, lo que te digo. Ahora, en este momento, este hijo tuyo está mucho más dentro de ti que hace 35 años. Tu hijo ha muerto hacia la vida. Ha entrado ya en la Vida de Abba, que lo llena todo. Ahora está más dentro de ti que en el más fuerte de los abrazos. Abba no es un dios de muertos, sino de vivos. La vida de tu hijo no está en el cadáver. Está dentro de ti, porque está dentro de Dios y Dios está dentro de ti y tú dentro de Él.
-Gracias Rabí, dijo la mujer abrazándose a Jesús. Nadie de los que han venido a llorar en el duelo me ha dicho algo tan consolador. Gracias, gracias... Esto que me has dicho es como si me hubieras devuelto vivo a mi hijo. Gracias, Rabí, y bendita la madre que te engendró a ti, ¡Como me gustaría conocerla!
-Ahora mi madre está en Nazaret y ya es viuda como tú.
Cuando se despidieron, Jesús y los suyos siguieron camino de Jerusalén. Los discípulos le seguían, Jesús caminaba más aprisa delante de ellos. De vez en cuando se le nublaba la vista y, mirando los nubarrones de levante, musitaba:
-Abba, Abba... ¿Quién te entiende? Tus caminos no son nuestros caminos. Me temo que tendré que apurar el cáliz, pero... alíviaselo a mi madre, va a ser muy duro para ella...
Nota exegética: Hasta aquí el “midrash”, que no es ficción de realidad, sino realidad por medio de ficción. Para el público lector familiarizado con los Evangelios, son muy significativas las alusiones al crecimiento y al renacer. Jesús da la mano para ayudar a crecer. En Naím (Lc 7, 11-17), Jesús toca (hépsato), compadeciéndose, el féretro del hijo de una viuda, y dice: “Muchacho, que te lo digo yo, despierta y ponte en pie sin miedo” (eguérceti). En casa de Jairo (Lc 8, 40-56), Jesús estrecha fuertemente la mano de la muchacha acostada y grita: “Chica, espabila y ponte en pie sin miedo” (egueire). Esta invitación a caminar hacia la Vida a través de la muerte nos recuerda la palabra dirigida a Lázaro: Sal fuera de la tumba, y la palabra dirigida a los que habrían querido retener a Lázaro en este mundo, como Magdalena quería retener al Resucitado. La Palabra fue: Dejado ir, dejadlo que marche entre las nubes hacia lo alto en el seno de Abba para desde allí llenarlo todo...
Todas estas narraciones simbólicas están relacionadas. La clave para entenderlas es la palabra enigmática que Lucas pone en labios de Jesús: “No te apures, Jairo, que la niña no está muerta, sino dormida”. Ni la hija de Jairo, ni el hijo de la viuda se reducen a ser meramente objetos de un milagro que los haga revivir. Estos dos pasajes evangélicos son emblemáticos del misterio de la resurrección. Jesús toca y da la mano para animar a levantarse, ponerse en pie de nuevo, con la novedad de la Nueva Vida. Ambos pasajes juegan con la simbólica de la muerte como resurrección de entrada en la Vida de la vida. Las palabras clave son: resucitar, despertarse, ponerse en pie, morir saliendo hacia la vida verdadera... Porque Jesús habla y vive desde la Resurrección puede consolar de veras a la madre viuda. Consolada, es ella quien resucita. Y lo agradece con estas palabras: Me has devuelto la vida, me has resucitado.
Juan Masiá
Periodista Digital