YO Y LA NO-DUALIDAD
Carlos F. BarberáCorre por ahí, con cierto éxito, un pensamiento llamado no-dualista que nos trata de premodernos e ilusos a quienes no lo compartimos. Me gustaría reflexionar sobre ello.
Leo en internet en una página de divulgación: “Advaita es una palabra del sánscrito que significa “no dos”. Sinónimo de Advaita es no-dualidad… La distinción sujeto-objeto, que es la característica más sobresaliente de lo que los individuos no iluminados consideran que es la realidad, no existe realmente, aunque lo parezca. Este es un hecho muy importante sobre la existencia, porque es la distinción entre sujeto y objeto la responsable de gran parte del sufrimiento existencial que caracteriza a la vida humana. Es causante de todo tipo de trastornos emocionales, porque al aceptar la dualidad sujeto-objeto como un hecho coloca al individuo en conflicto con los objetos”.
“De hecho, la realidad es no-dual. Esto significa que la distinción entre sujeto y objeto realmente no existe. El sujeto no es diferente de los objetos. Tanto el sujeto como los objetos son manifestaciones aparentes del Sí mismo o Consciencia no dual”.
Por tanto, como ha escrito un autor muy seguido, “el yo es una realidad ilusoria, creada por la mente, alimentada por el pensamiento y mantenida por la memoria”.
Lo primero que me sorprende de esas afirmaciones es su categórico dogmatismo. ¿A usted le parece que es un sujeto frente a múltiples objetos? Pues sepa que se engaña radicalmente. Usted mismo, cuando se mira al espejo, debe saber que sólo ve una realidad ilusoria.
Pero la verdad es que no quiero discutir semejantes afirmaciones. Hay que dejar a cada uno con su fe, por extraña que nos parezca. Sí quiero en cambio manifestar mi sorpresa ante el relativo éxito que tienen en el Occidente racional y tecnificado. Porque no cabe duda de que en la configuración de la mentalidad y la cultura occidentales está la afirmación rotunda del yo, del sujeto. Yo pienso, luego existo.
Alguna vez he planteado a distintos auditorios la siguiente pregunta: en Occidente nació la música gregoriana, la renacentista, la barroca, Bach, Vivaldi, Mozart, Beethoven, Stravinski… ¿por qué esto fue así mientras en Japón llevan 400 años repitiendo sin variación alguna el teatro kabuki? Mi repuesta era que eso ha ocurrido gracias al cristianismo pero quiero ahora ser menos confesional: es el resultado del despliegue de las riquezas del yo (occidental). Para mí siempre han constituido un símbolo eminente de ese espíritu los veintidós años de trabajo de Miguel Ángel para crear esa obra titánica que es la capilla Sixtina.
Sin duda ese yo que busca realizarse y crear hubo de hacerse dialogante. Lo teorizó Martin Buber en 1928 en su Yo y Tú, pero sin abandonar nunca la afirmación personal.
Los partidarios del Advaita utilizan una metáfora sugerente: La relación entre el individuo aparente y la Unidad, o el Ser, es la misma que la relación entre una ola y el océano. La ola es el océano “ondulando”, tú y yo somos la Unidad “personeando”. Digo que es una metáfora sugerente pero añado que poco aceptable para una concepción occidental. Lo expresaba perfectamente Miguel de Unamuno cuando afirmaba: “Yo soy yo, como cada quisque, género aparte. Y mi progreso consiste en ‘unamunizarme’ cada vez más”.
Llevadas al campo de la espiritualidad, estas dos concepciones abogan por una salvación personal o bien por un desvanecerse en el Todo. Afirmarse o diluirse, esa es la cuestión. Pues en ese dilema, frente a cualquier nirvana, la salvación cristiana es personal: “Aun no se ha manifestado lo que seremos porque cuando se manifieste lo veremos tal cual es porque seremos semejantes a El” (1 Jo 3,2).
Llegados a este punto, me pregunto cuáles son las razones del éxito relativo entre nosotros de estas teorías.
La primera que se me ocurre es más elemental; la formuló una vez Raimon Panikkar diciendo: la salvación siempre viene de lejos. Lo que llega con un aura de misteriosa novedad, encontrará fácilmente una acogida.
Otra posible es la mala relación con los objetos. Muchos dedican gran parte de su vida a ejercer un trabajo que tiene que soportar y que no les satisface en absoluto. Pueden encontrar un paliativo en esa versión casera que es la mindfulness.
A mi modo de ver, sin embargo, no es tanto la filosofía de base lo que cuenta en la práctica sino sus repercusiones religiosas. Durante siglos el Dios cristiano ha sido un Dios personal, pero al que la tradición ha ido convirtiendo en un compañero más, en una persona junto a las otras. La crisis de esa concepción teísta ha llevado a muchos a preferir un Dios impersonal al que no se le puede llamar Padre sino Presencia, Todo, Uno. Con esa realidad no se puede dialogar, hay que sumergirse en ella. Lo dice claramente el autor citado más arriba: “Ni Dios ni Jesús. Sin un ´tú` porque no hay ningún ´yo` que los perciba como tales”.
En su libro Creo en Ti (1939) Jean Mouroux volvió a retomar la imagen de Dios personal, vivido como como Alguien. La nueva tendencia no-dualista rechaza esa concepción como mítica. Purificándola sin duda de todas las adherencias y equívocos del teísmo, yo prefiero mantener mi yo y poder dirigirme a un Dios Padre que como tal nos acompaña, en el que no quiero disolver ese yo que me gusta bastante y que espero que a él también le guste. Que me ben-diga.
Me argüirán que todo eso es producto de la ilusión de una conciencia egoica. ¡Qué se le va a hacer!
Carlos F. Barberá
Atrio