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LOS VALORES HUMANOS ESENCIALES

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Mt 15, 21-28

Parece que Jesús, en su predicación itinerante, sale algunas veces de los confines de Galilea, a tierra de paganos, quizá porque su situación en Galilea se está volviendo incómoda, incluso peligrosa por el "interés" de Herodes.

Se trata por tanto de un texto significativo: Jesús tiene conciencia de que Dios le envía a Israel, pero que se dedique solamente a Israel no es tan intocable como a veces se quiere presentar. De hecho sus contactos con la Samaritana, con el centurión, muestran bien a las claras que aunque se siente enviado prioritariamente a Israel, de ninguna manera excluye a los no-israelitas.

Es notable también el paralelo de esta curación y la del siervo del centurión por la exclamación, casi idéntica de Jesús ("grande es tu fe, no he hallado tanta fe en Israel") que se pone como desencadenante de la curación.

Nos suele extrañar la dureza de la negativa de Jesús a atender a la mujer, y nos disuena especialmente la expresión "los perros", aplicada al menos metafóricamente a los no-israelitas. La expresión sin embargo es menos dura en el original y en su contexto cultural. ("Perro" tiene para nosotros una connotación negativa, que no tenía en aquel contexto).

Jesús se siente enviado prioritariamente a Israel, y eso es lo que expresa en el texto, pero siempre que se da un acto de fe en él por parte de cualquiera, israelita o pagano, atiende la petición. Es notable la expresión referente al centurión: "Os aseguro que no he encontrado tanta fe en Israel". Esta va a ser la línea fundamental de Pablo: no importa el ser Israelita o no serlo, sino creer o no creer en Jesús.

Mateo, por otra parte, ha agudizado el rechazo a la extranjera. El suceso original parece haber sido bastante inverso: Jesús está en tierra de paganos y entra en una casa de paganos, y atiende a la solicitud de una mujer pagana. Es probablemente el escándalo de esta actitud de Jesús lo que motiva que Mateo ponga tanto énfasis en el rechazo inicial de Jesús, mucho más libre de lo que la mentalidad –fuertemente judaica– de Mateo y su comunidad son capaces de asimilar.

Varias vías de reflexión nos ofrece el evangelio de hoy. La primera, bien acompañada por la primera lectura, es la universalidad del mensaje de Jesús. Todas las personas "religiosas" sentimos la tentación de considerar el mensaje, y aun a Dios mismo, como "propiedad". Fue uno de los pecados nacionales de Israel, que les llevó a tenerse por "el pueblo elegido", entendido como "pueblo privilegiado". Jesús rompe definitivamente con esta "apropiación", y va más allá.

Nuestro único "privilegio" es, por supuesto, un compromiso mayor, haber sido llamados a una misión que a los ojos humanos no tiene nada de apetecible porque compromete la vida entera. Más a fondo, la apertura del Reino a todos, no sólo a Israel, significará una concepción diferente de la Historia. La Ley, el Templo, la Circuncisión, el Sábado... fueron buenos e incluso temporalmente necesarios, pero no son definitivos.

Jesús rompe con religiosidades de arraigo secular. El vino nuevo de Jesús no puede ser contenido en los odres viejos de la Ley Mosaica, ni siquiera en la Ley perfectamente entendida y observada. Es el drama de las primeras generaciones cristianas tan bien reflejado en los Hechos de los Apóstoles, cuya tesis será precisamente que no hay que hacerse judío ni pertenecer al "pueblo de la Alianza" para ser seguidor de Jesús.

Pero hay más aún. La cananea y al centurión provocan la alabanza de Jesús por su fe. Y está bien claro que estos dos personajes no son israelitas. Hay fe fuera de Israel, Jesús provoca y reconoce la fe fuera del marco del Pueblo de Dios. Esto nos lleva a una consideración profunda e inquietante sobre la fe, sobre quiénes son, realmente, "El Pueblo de Dios".

Es claro que no todos los que están apuntados en los libros bautismales están también incorporados al Reino. Se puede pertenecer al cuerpo legal de la Iglesia y no estar en el Reino. Y debemos saber también que se puede no estar incorporado al cuerpo legal de la Iglesia, no estar apuntado en sus libros, no estar bautizado, e incluso no conocer de hecho a Jesús, y estar en el Reino.

La más escandalosa demostración de esto nos viene dada por la parábola del Juicio final, cuando, "los de la derecha" protestan admirados ante el juez que "nunca le vieron enfermo o hambriento...", y el juez les contesta que eso no importa, que le sirvieron a Él cuando sirvieron a sus hermanos. Y puede ser significativo que aquellos dos paganos cuya fe alabó Jesús se movieron precisamente por con-pasión: no pedían para sí mismos sino para sus seres queridos.

Es muy actual la discusión sobre la universalidad de la mediación de Jesús. Pero se ha planteado, como siempre, en el terreno de lo teológico-jurídico y con cierto tinte de reivindicación de derechos por parte de la Iglesia.

El planteamiento debe ser más serio: a Jesús no lo abarca nunca nada ni nadie: ni la teología cristiana lo explica, ni la Iglesia se lo puede apropiar, ni nunca sociedad alguna ha merecido el nombre de "Cristiandad".

Jesús descubre que los valores esenciales de lo humano nacen de que los humanos son Hijos de Dios, lo sepan o no lo sepan, y que, cuando se dan esos valores, está presente el Reino, el mismo Reino que está presente, reconocido y celebrado en nuestra eucaristía.

De forma sorprendente, se ha invertido en nuestros tiempos el orden de las mediaciones que propone el evangelio. En teoría, la Iglesia es un mediador para acceder a Jesús. Cualquier persona, viendo la vida de los cristianos, se pregunta por el motor, por la motivación de esa vida tan convincente: así descubre a Jesús y tiene acceso a la fe.

Paradójicamente, no es raro que hoy encontremos creyentes en Jesús que han llegado a esa fe sin pasar por la Iglesia e incluso, lo que es mucho más grave, a pesar de nosotros la Iglesia. Creer en la Iglesia es para muchos una consecuencia, más bien difícil, de la fe en Jesús.

Resulta estremecedor reflexionar sobre el papel histórico de las religiones, al menos de lo más "oficial" de las religiones.

Creer en Yahvé a pesar de los judíos; creer en Alá a pesar de los mahometanos; creer en Abbá a pesar de la Iglesia... Son formulaciones exageradas, pero con un fondo de validez que preocupa. Yahvé, Alá y Abbá son sólo nombres, y se refieren al Mismo, a Dios. Descubrirlo a través de los pecados de apropiación, de las mezquindades y deformaciones de sus creyentes oficiales es a veces una ardua tarea.

En la historia de la Iglesia hay dos constantes contradictorias y vitales: el progreso y la vuelta a las fuentes, que se compendian en la palabra "Tradición".

Tradición significa "lo que se nos ha entregado", y se supone que se nos ha entregado la Misión, el Evangelio, vivido y personalizado por generaciones de creyentes. Pero se nos han entregado también los pecados de esas generaciones, sus traiciones a la Tradición.

Por eso, Tradición significa siempre volver a las fuentes, a Jesús mismo. Cuando lo hacemos, descubrimos con sorpresa que "está vivo", no ha podido ser deformado por los pecados y los errores de los cristianos. Jesús no es el pasado, es el futuro.

Para toda persona y para la Iglesia entera Jesús es un proyecto: todos hemos de sentirnos odres viejos ante la novedad vital siempre sorprendente de Jesús. Así, la vuelta a las fuentes nos hace progresar, mientras que la mera conservación de nuestras tradiciones no nos acerca a Jesús.

Y ahora, nuestra capacidad de eludir la Palabra nos está haciendo aplicar todo lo anterior a la Iglesia como institución, que puede ser una hermosa manera de esquivar la Palabra.

Pero la Palabra se dirige a cada uno de nosotros, tentado de creerse bueno por pertenecer a la Iglesia, tentado de creerse en paz con Dios por ir a Misa, tentado de creer que ya conoce a Jesús más que sobradamente, tentado de creerse "cristiano", tentado de pensar que no necesita ninguna conversión, tentado, de manera sutil y muy actual, de creerse más de Jesús por ser crítico con la "Iglesia oficial".

La eucaristía de cada domingo debe ser para nosotros una fuente de santa inquietud; afrontar a Jesús es siempre recibir una invitación a más. Comulgar es decir que sí a esa invitación. La Palabra nos invita a caminar, y el Pan nos da fuerzas para hacerlo. Comulguemos hoy muy conscientemente, renovando nuestra aceptación de la Palabra, diciendo "SÍ" a Jesús con el signo de comulgar con él.

 

José Enrique Galarreta

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