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JESÚS NO SE AMOLDA A LA VOLUNTAD DE SU FAMILIA

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Mc 3, 20-35

El tema del pecado y de la salvación es un tema muy serio. El pecado es aparentemente un contrasentido, no tiene fácil explicación; por eso el hombre ha buscado respuesta en los mitos. Hoy tendemos a creer que los mitos eran cuentos inventados para engañar a la gente; sin embargo en ellos se encuentran enseñanzas muy profundas. Lo que sucede es que no se pueden entender literalmente. Hay que decodificar el lenguaje.

El mito de la inocencia primigenia perdida por un pecado del primer hombre, nos quiere trasmitir una verdad profunda, pero no podemos entenderlo al pie de la letra. La situación anterior a la caída, hay que entenderla como una armonía total con la naturaleza por parte del ser humano que aún no había tomado conciencia de su singularidad, de su diferenciación de la realidad que le rodea. Era una situación que se adivina como idílica; parecida a la del niño en el vientre de su madre, protegido y seguro. Seguridad que hay que abandonar si quiere llegar a ser un hombre completo.

Lo que llamamos pecado, es el resultado inevita­ble de esa individua­li­zación. En cuanto el ser humano tomó conciencia de que era algo separado, se erigió en persona con capacidad de conocer y por lo tanto con capacidad de elegir, de tomar decisiones basadas en ese conocimiento. Como el conocimiento no es perfecto, la decisión puede ser equivocada y llega el fallo. En vez de elegir lo que le edifica, elige lo que le deterio­ra; a eso le llamamos pecado. En las culturas orientales, la serpiente no es el símbolo del mal como nos han hecho creer, sino de la inteligencia y de la astucia.

Hay que hacer una sería revisión de lo que entende­mos por pecado. En nuestra cultura, ha estado siempre ligado a la voluntad. Se ha creído que la persona podía elegir entre lo bueno y lo malo. Si elegía el bien, se consideraba a la persona buena, si elegía el mal, se consideraba depravada. Esto no es así. La voluntad no tiene capacidad para elegir el mal. Es una potencia ciega que sólo puede ser movida por el bien. Por lo tanto el pecado es siempre una ignorancia o falta de conocimien­to. Si tuviéramos claro que algo nos hace daño, nunca la voluntad se pegaría a ello. El único antídoto es mayor conocimiento.

Con frecuencia me dicen que la persona obra el mal sabiendo que hace mal. Siempre buscamos nuestro bien, aunque ello reporte algún mal para otro. No basta haber aprendido, por programación, que una cosa es mala. Hay que estar verdaderamente convencido de ello. Si acepto una cosa como mala, solo por programación, podré acomodarme artificialmente a esa enseñanza, pero la actitud fundamental y vital no está de acuerdo con la programación y antes o después, la actitud vital prevalecerá. Esta es la razón de nuestros pecados, confesados una y otra vez, pero nunca rectificados. Nuestra moral es artificial. Nuestro arrepentimien­to ficticio, y nuestras confesiones fingidas.

La existencia del ser humano es imposible si le negamos la posibilidad de equivocarse. Muchas veces no podemos saber que está el anzuelo escondido hasta que no lo mordemos. El ser humano que progresa, no es el que no se equivoca nunca, sino el que reconoce sus fallos. El único pecado irreparable es negarse a rectificar, es decir instalarse en una postura estática y no querer avanzar. Esta postura es mucho más frecuente de lo que nos podemos imaginar. Se debe a dos razones fundamentalmente:

Una, el miedo a equivocarse, el miedo al pecado y al castigo ha paralizado a muchísimas personas que sin ese obstáculo hubieran podido aportar logros increí­bles a la evolución. Cuando queremos actuar desde la seguridad, vivimos volcados en el pasado y el progreso es imposible. Otra, creer que ya hemos llegado. Creer que ya lo sabemos todo, que tenemos respuestas para todo, que no hay que esperar nada nuevo. Es la postura que más daño ha hecho al ser humano. Jesús dijo: "Tengo muchas cosas que deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; el E. S. os irá llevando hacia la verdad plena”.

Este sería el pecado contra el Espíritu Santo. Estar cerrados a toda posible novedad, por miedo a la equivocación, o por creernos en la posesión de la verdad absoluta. Podríamos recordar el dicho castellano: el que no se arriesga no pasa la mar. O aquel otro oriental que me habéis oído tantas veces: El que se empeña en cerrar la puerta a todos los errores, dejará inevitablemente fuera la verdad.

La verdadera salvación sólo puede venir por el camino del conocimiento. En la medida que tengamos conocimiento de lo que es bueno para nosotros, seremos capaces de actuar en consecuencia. No olvidemos la frase capital del evangelio: la verdad os hará libres. Solo la verdad tiene capacidad de liberar y de salvar del error y por lo tanto del pecado. Estar abiertos a la verdad es estar abiertos al Espíri­tu.

Casi nunca se trata el tema de la relación de Jesús con su familia, porque plantea serios problemas. No encaja con el concepto que nos hemos hecho de la sagrada familia. Si somos capaces de superar los prejuicios, veremos como normal que incluso su madre se preocupara de las andanzas de Jesús que no podían acarrearle nada bueno. En los evangelios se ve con toda claridad el conflicto que Jesús tuvo con sus parientes; y eso a pesar de las matizaciones que hacen y la delicadeza con que tratan el tema.

A los doce años nos cuentan el primer problema; se queda en Jerusalén sin que lo supieran sus padres. En su pueblo, les echa en cara su falta de confianza: "solo desprecian a un profeta en su pueblo y entre sus parientes”. Su familia quiere apartarlo de la vida pública porque considera que esa manera de actuar es una locura. El tiempo les dio la razón. Ellos no tenían capacidad para comprender desde qué perspectiva actuaba Jesús. Desde un punto de vista humano, era lógico que su familia se preocupara por las andanzas de Jesús que ponían en peligro su vida.

A pesar de todo Jesús sigue adelante con una postura poco obedien­te... Esta postura de Jesús puede ilustrar el tema de hoy. Jesús no se conforma con lo que le enseñan de Dios, quiere ir más allá en el descubrimiento de lo que Dios es para el hombre y el hombre para Dios. Se abre al Espíritu. No tiene inconveniente en cuestionarse hasta las verdades más sagradas. ¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos?

 

Meditación

Tu limitado conocimiento te hace falible.
Se debe a tu condición de criatura, acéptalo.
Pertenece a tu esencia, no es una tara.
Estás aquí para aprender de tus errores
y caminar así hacia tu plenitud.

 

Fray Marcos

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