CURAS RURALES: LOS CORRECAMINOS DE DIOS
Religión DigitalEn verano no se cruza con casi nadie, ha relatado, después de saludar a su paso a un pastor con unas pocas ovejas que se encuentra en el margen de la carretera.
Los sacerdotes que trabajan en el medio rural también sufren las consecuencias de la despoblación y han de recorrer largas distancias para atender a unos pocos feligreses. Es el caso del franciscano Pedro Escriche, quien todos los domingos sale del convento en la ciudad de Teruel, pasadas las ocho de la mañana, y a sus más de setenta años emprende viaje.
Primero circula con su vehículo por la carretera nacional N-420 y después, en Perales del Alfambra, toma la carretera hacia Pancrudo y Alpeñés, cuyas iglesias parroquiales atiende desde hace varios años. Allí, oficia dos misas dominicales, que pueden llegar a cuatro con la celebración de las fiestas en estos municipios, ha explicado en declaraciones a Europa Press, que le ha acompañado en una de sus jornadas.
"Cuando nieva, el viento arrastra la nieve y cubre la carretera, además de que a veces hay hielo" y ahora, en verano, no se cruza con casi nadie, ha relatado, después de saludar a su paso a un pastor con unas pocas ovejas que se encuentra en el margen de la carretera. A lo lejos se dibuja la localidad de Fuentes Calientes y Escriche recuerda que en esta zona la carretera se ha inundado en alguna ocasión "y el agua corre hacia el Campo de Visiedo".
Este franciscano y también sacerdote hace referencia igualmente a la falta de vocaciones y rememora sus años en el seminario, en los años sesenta del siglo pasado. Ahora, ha continuado, apenas hay novicios en España por lo que "habrá que cerrar algún convento porque no se podrán mantener". Pedro Escribe acaba de cumplir 50 años de su ordenación sacerdotal y posee una foto con el obispo de Teruel y Albarracín, monseñor Antonio Gómez, publicada en la revista 'Iglesia en Aragón' con motivo de la celebración de sus bodas de oro sacerdotales, que tuvo lugar el pasado 20 de junio, en el Monasterio del Olivar.
Llegada a Pancrudo
El padre Escriche tiene como primera parada la iglesia de Pancrudo, localidad de la Comarca Comunidad de Teruel, que cuenta con unos 120 habitantes. No hay nadie en la calle y aparca el coche a la sombra, frente a la iglesia. Ya en el interior, se ocupa de preparar el templo para la misa dominical que celebrará más tarde. Primero, barre y enciende las velas, "en primer lugar, la de arriba a la izquierda para que usen la llama en las siguientes, aunque solo se recojan algunas monedas" que "apenas llega para pagar la luz eléctrica de las bombillas". Según ha comentado, en el edificio "no se pone la calefacción ni en invierno, aunque algunos fieles lo piden porque hace mucho frío".
Después, prepara el altar y muestra orgulloso un mando a distancia con el que enciende dos grandes cirios eléctricos y acude a programar las campanas. "No subo a la torre porque está automatizada y las campanas suenan durante las horas del día y están en silencio durante la noche; no obstante, el sonido para llamar a misa hay que programarlo" y así los feligreses saben que está en el pueblo, ha detallado. Una vez está todo preparado, vuelve a subir al coche y se dirige a la localidad de Alpeñés.
Durante el trayecto, el padre Escriche, que conoce cada rincón, señala la umbría de una ladera junto a una curva: "Ahí se paraba a descansar en la romería, se bebía vino y se almorzaba".
Llegada
Una vez en esta población de una veintena de almas, también situada en la Comarca Comunidad de Teruel, el franciscano va hasta la iglesia y abre la puerta con una gran llave. Además, hace sonar las campanas para que los fieles sepan que ha llegado para la misa. Asimismo, barre y muestra la portada del templo, donde "el año pasado había un avispero que hubo que quitar y todavía quedan algunas avispas dentro", ha relatado. Recoge las que están muertas y las tira al contenedor de enfrente. También enciende las velas y retira algunas flores marchitas.
Apenas media docena de vecinos acuden a eucaristía en un templo que en su momento fue mucho más grande. "Parte de la iglesia se hundió hace años y queda lo que fue el coro, pero hay espacio suficiente", ha comentado. En la iglesia, destacan en una capilla restos de un viejo retablo con la imagen de la Virgen de la Langosta, cuyo culto está muy extendido en la zona. Junto a ella, se conservan unos pocos ex votos en cera, una cabeza, un brazo y varias piernas con lazos descoloridos.
Pedro Escriche explica que desde que estuvo en Petra (Mallorca) usa un cuello con capucha blanca para la misa sobre el alba "para que no se roce ni ensucie la casulla".
Tras una misa corta, con lecturas por parte de una feligresa, saluda a los asistentes a la salida, entre ellos, un matrimonio mayor que "tienen un hijo que se ha quedado en el pueblo" y este, a su vez, es padre de dos pequeños, que tienen para jugar el parque infantil que ocupa el espacio donde antes estaba la iglesia que se hundió.
El sacerdote vuelve a subir al coche y se dirige, de nuevo, a Pancrudo, para oficiar la misa. Una vez allí, hace sonar las campanas que avisan del acto litúrgico y poco a poco, y alguno con retraso, llegan los fieles, nueve en total, que cantan durante la misa y entonan la oración del Padre Nuestro a capella.
Romería
Tras la misa, los asistentes esperan al cura y le explican que hay que preparar una romería. Según le comentan, quieren saber cuánto costaría encargar a un empresa la limpieza de la ermita. "Nosotras ya no podemos hacerlo", le trasladan las mujeres, y el padre Escriche queda encargado de mirarlo.
Después, se dirige otra vez hacia Alpeñés para ver cómo está la ermita de la Virgen de la Langosta, cuya fiesta se celebra en el mes junio y atrae a gentes de todos los pueblos de alrededor, si bien también hay romerías de cada pueblo en las fiestas. Por el camino, señala el río Pancrudo que acaba en el pantano de Lechago.
Una vez en su destino, donde la única sombra es la que proyecta el edificio, se puede contemplar un merendero con la posibilidad de hacer asados. Compuesta por una amplia nave y el altar, la ermita está adornada con un Cristo tallado en madera, que "no es igual que el crucificado habitual" porque en este caso "está vivo, te mira con los ojos abiertos", cuenta el sacerdote.
Además, detrás del altar y sosteniendo al Cristo, un muro deja un pequeño espacio, en donde se visten los sacerdotes; "cuando somos varios, casi no cabemos". El padre Escriche termina su jornada colocando las pequeñas velas preparadas para la próxima fiesta, que encenderán los fieles, quienes con sus limosnas ayudarán a pagar la electricidad que ilumina el templo. (RD/Ep)
Redacción
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