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LA IGLESIA HA CAMBIADO POCO, MUY POCO, EN ESPAÑA

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Por la misericordia de Dios yo no soy profeta. Soy sacerdote, periodista y ciudadano de a pie, dando por supuesta la condición de persona, atento de por sí, al corriente y comprometidamente con cuanto acontece en el mundo, siempre de puntillas atisbando lo que haya de ocurrir en el mismo.

En estas reflexiones me sirve de guía un libro publicado por mí el año 1986, en la editorial "Plaza y Janés", con el título "La Iglesia en el cambio: Piedra de escándalo", y la explicación en portada de que "La Iglesia sobre todo en sus esferas jerárquicas, fue así "Piedra de escándalo"- en su construcción y perspectiva".

El cambio -"modificación alteración o conversión en algo distinto, opuesto o contrario"-, según la RAE, no es otro en el marco de esta reflexión que el referido al político-religioso del nacional-catolicismo, que tan substantivamente lo definiera y de cuyas consecuencias se siguen haciendo noticias últimamente, a propósito, sobre todo, de la denominada "Ley de la Memoria Histórica". De verdad que entonces no hubo cambio en la Iglesia española, pese a que el concilio Vaticano II debió suponer, comenzando por le jerarquía, un buen trueque o revolcón, fiel interpretación de la "penitencia" sacramental que toda conversión lleva consigo.

El cambio en la Iglesia ni lo fue entonces, ni lo es ahora. El papa Francisco así lo testifica y ejemplariza de alguna manera, con sus correspondientes frustraciones y desconsuelos, aunque sin perder la esperanza. La Iglesia ha cambiado poco -muy poco- en España. Apenas si permitió que le lavaran un tanto la cara, con el nombramiento de algunos obispos, junto con aseveraciones y amenazas de políticos "izquierdosos", que difícilmente se convierten después en leyes efectivas y operantes.

Basta y sobra con estar atentos a las reacciones de grupos "católicos, apostólicos y romanos de toda la vida", algunos hasta en actitud de nuevos "alzamientos", con bendiciones, silencios cómplices, consentimientos y alientos jerárquicos, para convencerse de que, de cambios-cambios, -y menos penitenciales-, nada de nada. La Iglesia y sus máximos representantes, sobre todo, hispanos, es, y será, "santa" a perpetuidad, por definición, por lo que la mayoría de las noticias que se hacen presentes en la sociedad actual, documentadas, y aún "judicializadas" en todas sus instancias, son fruto y consecuencia de "la prensa impía y blasfema" de los profesionales de la información.

La formación religiosa que se sigue impartiendo desde los órganos "oficiales" u oficiosos de la Iglesia, carece de veracidad reformadora, generada por el Vaticano II y, para quienes pretendan difundirla en medio "neutros", algunos de los miembros de la Conferencia Episcopal han de estar preocupadamente atentos a conservar la ortodoxia, aun no rechazando para ello medios para-inquisitoriales. Por supuesto que la mentada Conferencia raramente los defenderá en público, ni los salvará. Y es que todos, o la mayoría, de sus miembros, piensan manera idéntica.

Por otra parte, con sensatez, sentido y comprensión de la historia y de la religión, es obligado concluir que fueron muchos los siglos de "infalibilidades" e influencias clericales ejercidas en la vida cívica, en la que el "nombre de Dios" se pronunciaba con teología y autoridad, aunque estas fueran fingidas, interesadas y al servicio de unos pocos, siempre los mismos y los privilegiados.

Como en la Iglesia española del cambio, este apenas si se ha registrado y percibido, siguen resultando impensables informaciones tales como las relacionadas con el Valle de los Caídos, reacciones eclesiásticas oficiales tan ambiguas, exhumaciones imposibles, dotaciones para las clases de la asignatura de la religión y mantenimiento de numerosos privilegios clericales.

Y es que la Iglesia-Iglesia, -Iglesia "oficial"-, ni escucha ni está dispuesta a escuchar la voz del pueblo, aunque este sea, y se proclame, "pueblo de Dios". Es de lamentar su olvido de que, en la misma, o mayor, proporción, ella -la Iglesia- está obligada a atender la voz del pueblo, que este a hacer lo mismo con la voz de la Iglesia. Sin la voz del pueblo, y sin su interpretación a la luz del evangelio, no es Iglesia la Iglesia.

Es posible que en otra ocasión, teniendo en cuenta lo publicado en mi citado libro "La Iglesia en el cambio", presente una síntesis de cuanto dijeron y escribieron en sus respectivos "Boletines Oficiales Diocesanos", los obispos, a la muerte de Franco, "canonizándolo" todos ellos, a excepción de un Cardenal catalán y de un prelado vasco.

 

Antonio Aradillas

Religión Digital

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