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ANTE EL CONFLICTO NICARAGÜENSE, GASPAR GARCÍA LAVIANA

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Por encima de sus intereses personales y de la
Iglesia católica, institución a la que pertenecía,
Gaspar puso los intereses del pueblo llano,
el pueblo sufriente, empobrecido por los poderosos

 

Este año recordamos que ya hace cuarenta Gaspar muere en Nicaragua. Después de casi medio siglo de su muerte y del triunfo de la revolución sandinista, este país se ve envuelto en una grave convulsión, de lo que es buena muestra las más de 350 muertes y muchísimos heridos. Gobierna el país Daniel Ortega, uno de los comandantes del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), pero lo que no se sabe si es tan cierto es que sea el sandinismo la ideología del actual gobierno. Con el paso del tiempo el sandinismo que triunfó el 19 de julio de 1979 se ve resquebrajado y no parece que él sea reconocido por muchos como la bandera auténtica del espíritu revolucionario del movimiento al que Gaspar García Laviana se integró y por cuyos ideales dio la vida, cayendo en la lucha pocos meses antes del triunfo de los seguidores de Sandino sobre la dictadura somocista.

Creo que les podría servir de mucho a los nicaragüenses recordar al padre Gaspar García Laviana en este cuarenta aniversario de su muerte que coincide con estos tristes momentos que vive Nicaragua. El padre Gaspar pudiera bien ser el camino para reconducir la situación hacia la paz y superar tan lamentable turbulencia que perturba el clima político y social. La realidad es incontestable, al margen de quienes sean los responsables que provocan tal situación, que según sea quien informe o valore serán unos u otros.

Seguro que el P. Gaspar sigue presente en la memoria del pueblo nica y lo considerarán como una de las fuentes más puras de la revolución sandinista en la que todos se podrían inspirar. Si todos se dejasen guiar por él, posiblemente Nicaragua podría encontrar el camino para volver a la paz, ese bienestar colectivo que todas las personas de buena voluntad desean por encima de todo.

Gaspar, un excelente sacerdote misionero y un valiente guerrillero, comandante sandinista en la lucha contra la dictadura somocista, supo, por encima de todo, poner en primer lugar los intereses del pueblo llano nicaragüense, en su gran mayoría asalariados y casi todos campesinos, vestidos siempre de pobreza. Por esta gente Gaspar lo deja todo, deja la vida acomodada que le ofrecía su estatus clerical y se fue a vivir a la dura montaña para poner sobre sus hombros el inhóspito fusil, como diría el obispo Casaldáliga, y colaborar al triunfo de la revolución, nacida con el fin de dar un vuelco a la situación de injusticia y opresión que había en Nicaragua.

Los intereses de los eclesiásticos de entonces, en general, eran bien distintos a los del pueblo. Al menos los de las altas jerarquías. En uno de sus poemas habla Gaspar de obispos que comían con los poderosos del país y de poderosos que comían con los obispos, para denunciar una alianza más que evidente. Él sabía que sería condenado por ellos in saecula saeculorum. Lo fueron también después otros clérigos que apoyaron la revolución.

En el centro mismo del corazón del P. Gaspar estaban solamente los empobrecidos y oprimidos por la dictadura somocista que amparaba los propios intereses de la familia y los de los más ricos: los grandes propietarios de las tierras, de los medios de producción y distribución, profesiones liberales, altos mandos del ejército y guardia nacional… El abuso de autoridad, la represión de Estado, la falta de leyes que amparasen al ciudadano, la organización social que estaba entramada para explorar a los más débiles, fue lo que motivó que aquel noble sacerdote se integrase en la lucha revolucionaria que triunfaría meses después de su muerte.

Su corazón estaba también cogido por el evangelio de Jesús, maestro de misericordia, sentimiento que puso a Gaspar en sintonía con la situación del pueblo sufriente nicaragüense, indefensos ante las agresiones constantes de los poderosos. La misericordia le empuja a la solidaridad afectiva y efectiva, que es donde Jesús centró la auténtica religiosidad que nos relaciona con Dios. Recordemos la parábola del samaritano. El culto que Dios quiere es que ayudemos al que sufre maltrato, que le ayudemos a que recupere la paz rota por la agresión sufrida. No yendo al templo a rezar, como hicieran el levita y el sacerdote, sino sanando sus heridas.

Los que viven en Nicaragua, los que están implicados en los asuntos políticos y sociales, podrán ver las similitudes de aquel entonces y la situación hoy de este país. Creo que la fe cristiana, el espíritu de Cristo que vive en una persona, le obliga a uno a desasirse de los intereses personales o institucionales privados para comprometerse en favor de una sociedad mejor para todos, por encima de ideologías políticas o de posturas religiosas.

 

José María Álvarez Rodríguez

19 de julio de 2018

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